Samuel "Chiche" Gelblung y Antonio Laje, ambos periodistas de C5N y Radio 10, medios del grupo Indalo, transmitían en vivo a las once de la noche desde un hospital en La Plata, cuando ya la cifra de muertos empezaba a poner los pelos de punta, luego de los inusuales 311 milímetros de lluvia que cayeron en pocas horas sobre la capital de la provincia de Buenos Aires. "Sabés Chiche, esto me parece un deja vú", dijo Laje. "Estoy seguro que hace 10 años estuve en una situación similar, pero no en esta provincia, sino en Santa Fe, cuando una inundación los tapó y hubo, como acá, muchas víctimas fatales y demasiado desorden’, cerró el periodista. Con muchos años más de periodismo, Gelblung no se dejó amedrentar por la experiencia de su ocasional compañero de transmisión y le retrucó: "Y yo, que tengo 40 años en esta profesión, ¿sabés cuántas veces viví lo mismo? ya ni las cuento", sentenció. El pequeño diálogo esconde una realidad inocultable: las lluvias van a seguir ocurriendo, y cada vez peor, dicen los especialistas; eso no va a cambiar. Y lo que tampoco se ve que vaya a cambiar es la participación del Estado, tanto en las tareas de prevención como en las post tragedia: en estos días se vio por TV nacional la desorganización, la falta de conducta en el tratamiento de las urgencias, la extremada precariedad de las herramientas que el Estado tiene para responder ante exigencias similares, y un cúmulo de errores que, gracias a Dios, no provocaron más muertes que las 51 ya conocidas. Un capítulo aparte merecen las actuaciones políticas, ya que mientras La Plata se hundía en el agua, kirchneristas y macristas se peleaban por las 8 muertes de Capital Federal ocurridas la noche anterior. Por todo eso, lo ocurrido la semana pasada en Buenos Aires, es una tragedia, pero en varios aspectos.

Controlar lo

que no hay

En empresas mineras los protocolos de crisis existen y se insiste permanentemente para que los empleados, directos o indirectos, sepan que deben acatar las normas de seguridad, desde que se suben a su vehículo para llegar al lugar de trabajo y al revés. Reciben charlas de inducción sobre seguridad, no solamente la propia sino la de sus compañeros; se les enseña a reconocer los riesgos, a pesar de tratarse, a veces, de cuestiones obvias; se les premia si siguen las reglas y se los sanciona si no las cumplen; se les da todo el equipo de seguridad que exigen las tareas a desarrollar y, a veces, un poco más; entre otras muchas prioridades contenidas en los protocolos de seguridad. Todo lo anterior es para evitar que las crisis ocurran, pero si pasan, también tienen herramientas para que no les pase lo que les sucedió a Mauricio Macri y Daniel Scioli la semana pasada. Existen los "Protocolos de crisis" que son reglas que se establecen en situaciones normales, esperando las excepcionales, que seguramente ocurrirán. En esos protocolos se entregan herramientas para saber reconocer y clasificar las crisis y según esa clasificación se entrena a los empleados para darles responsabilidades distintas según el problema que están tratando. A cada uno le toca una tarea, que puede ser, incluso, no hacer nada y ponerse a resguardo, pero sabiendo que otros tienen el trabajo de hacer distintas cosas para controlar lo ocurrido. Incluso, con esos protocolos se reduce la posibilidad de errores en la comunicación que, dicho sea de paso, les hubiera venido como anillo al dedo a Macri y Scioli. Habla una sola persona y esa persona está capacitada para hacerlo, nadie más. En el caso de las empresas mineras, paradójicamente, es el Estado el que audita que esos protocolos existan y que se cumplan. Justamente el Estado que sistemáticamente se queda corto a la hora de dar respuestas ante una crisis. Se vio claramente en La Plata y en directo por TV: no habían hospitales de campaña, no habían médicos, no habían enfermeros, no habían camiones, no había ropa, no había agua potable, ni nadie que mande o sepa qué hacer. Eran las 11 de la noche del día siguiente y "Chiche" y Laje reclamaban al aire que alguien del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires se acerque a los hospitales porque la gente les reclamaba a ellos. Tiempo perdido en vano.

Políticos

Tal vez lo peor de esta histórica inundación. Mientras el kirchnerismo agrandaba lo ocurrido en Capital Federal, moría gente en La Plata. Mientras Mauricio Macri y los alfiles K se peleaban por hacer responsable al otro de la tragedia, la gente perdía todo entre el agua. Tal vez fue la presidenta Cristina Fernández la más rápida de reflejos: fue la primera que se comió los reclamos populares, antes que cualquier otro político, metiendo los pies en el barro de las casas de los vecinos que ya no tenían casa. Igual, hubo mugre política por todas partes: chalecos de La Cámpora por todos lados; campañas mediáticas para desprestigiar a opositores y oficialistas; el intendente de La Plata que tuiteó que estaba ayudando a la gente, cuando en realidad estaba en Brasil, etc. Nada de eso sirve, ni ahora ni después. No le sirve al que lo dice y tampoco al que se queda callado, que es la mejor opción, por supuesto.

Lo mejor de todo fue la solidaridad. Camiones y camiones desde todo el país hasta La Plata y Capital Federal con donaciones de gente que espontáneamente salió de su casa con algo para dar. El tema conmovió a todos y fue, otra vez, la gente la que dio la nota positiva ante tanta basura política.

Lo de La Plata quedará en los libros de historia, seguramente, ya que hubo muchas tragedias en una. Ojalá que los dirigentes empiecen a ver los errores cometidos y aprendan de ellos. La Plata dejará muchas enseñanzas, Dios quiera que las veamos.