El potencial ganadero de la Argentina viene sufriendo un desguace por las políticas negativas hacia el sector rural, con una estrepitosa caída de los mercados mundiales históricos. Las permanentes medidas restrictivas a la exportación cárnea se traducen en una disminución del 52% en la producción vacuna en 2010 y la contrapartida del liderazgo mundial de Brasil. Incluso Uruguay ya exporta más que nuestro país.
Por eso la óptica vacuna de la presidenta de la Nación difiere totalmente de la realidad agropecuaria del país. Cristina Fernández, en su reciente viaje a Medio Oriente, insistió en que a la Argentina no la vean como un país meramente agrícola-ganadero. En forma gráfica, la primera mandataria argentina dijo: "no somos una vaca".
Sería útil recordar que el campo ha salvado a la Argentina y a parte de Europa y Asia en momentos críticos y que lo puede seguir haciendo frente a la demanda global de alimentos, pero siempre que el campo no sea visto como un enemigo de las políticas públicas y como consecuencia reciba sistemáticos castigos fiscales.
La vaca hoy negada para la mayoría de los argentinos de clase media y baja constituye un lujo en la mesa y en los paladares que supieron de mejores épocas y en el exterior sigue manteniendo bien alto su prestigio a pesar de las insólitas medidas restrictivas a la exportación con el absurdo pretexto de atender el consumo interno.
Para ahuyentar del oficialismo el fantasma de la vaca, es necesario crear verdaderas fuentes de trabajo, donde los recursos humanos canalicen su ingenio y den forma a la excelencia de productos de primera necesidad que nos permitan un verdadero posicionamiento en el contexto mundial.