De un día para el otro, el destino le arrancó a Osvaldo Fernández (38) lo que más había anhelado y amaba en su vida: parte de su familia. La pesadilla para ese hombre comenzó la mañana del 31 de agosto de 2009 cuando salió de su casa en la manzana 21 del Bº Natania XV, Rivadavia, a trabajar en una finca cercana. Fernández se despidió calurosamente de su esposa, Vanesa Oyola (27), la mujer que lo hizo dejar esa vida que llevaba años antes de interminables paradas en casas de amigos y parientes. Por quien dejó de gastarse todos los fines de semana la plata que ganaba en la construcción para así empezar a ahorrar con la idea de formar una familia juntos. Y también se despidió con un beso de sus dos ’soles’, sus hijos, Yoel (2) y Sergio, quien por ese entonces tenía tan solo un año. ’Cuidate y acordate que somos tres los que te esperamos’, fueron las palabras de Vanesa antes de que el jornalero acelerara su moto y partiera a trabajar. Sin saber, esa sería la última vez que escucharía su voz. Horas después de esa despedida, un cortocircuito en una estufa provocó un incendio en la casa. El fuego atrapó a la joven y los niños, quienes terminaron con serias quemaduras. En la vivienda casi nada se salvó, ni las mascotas. A los dos días de ese dañino siniestro, el mundo de ese jornalero comenzó a desmoronarse: Yoel moría a los minutos de ingresar al Hospital Garrahan -Buenos Aires- y Vanesa, se dormía para siempre catorce días después. Sólo Sergio pudo sortear a la muerte. De ahí en más, la vida para Fernández nunca sería la misma.

Muerte y más dramas

Luego de la muerte de su esposa y de su hijo, Fernández cuenta que vivió otros momentos desagradables. ’Mientras ellos estuvieron internados, fumaba a diario un atado de 20 cigarrillos como si nada. No dormía y eso me causaba dolores de cabeza. Tomaba muchas bayaspirinas’, relata. Por si fuera poco, Osvaldo tuvo que sortear también inconvenientes burocráticos para trasladar los cuerpos a San Juan. ’Mi hijo murió y nadie sabía dónde estaba su cuerpo. Me la pasé en varias comisarías de Buenos Aires averiguando hasta que un tío me ayudó a encontrarlo. Estaba en la morgue del hospital y nadie me lo supo decir. Luego tuve problemas con su cajón y con el traslado. Con mi mujer me pasó lo mismo. En la obra social querían un papel porque no me creían que ellos habían muerto’, contó indignado.

Tras la doble tragedia, Fernández regresó a su casa a sacar los pocos muebles y aparatos que se salvaron. Allí no pudo vivir más porque cada rincón le traía recuerdos. Por eso se fue a vivir con un hermano a La Bebida.

Pasaron cuatro días del sepelio de su señora y el hombre regresó al trabajo, pero a los cuatro meses lo echaron ‘sin razón’. Nada iba bien. Al mes de quedar sin empleo se fue a vivir a la casa que le prestó un primo en Rawson porque no se acostumbró a la casa de su hermano. En ese tiempo, Osvaldo la luchó como pudo: estuvo 7 meses de changa en changa y lo poco que ganaba era para costear el tratamiento por las quemaduras que sufrió Sergio en la cara y una mano.

Padre y madre a la vez

’Un día agarré mi moto y me fui al dique a pensar en lo que pasó. No sabía qué hacer. Mi familia y la de mi señora estuvieron siempre conmigo. Algunos decían que me iba a tirar al abandono, pero no. Tenía por quien luchar y decidí seguir adelante por Sergio’, dice Osvaldo, emocionado.

En medio del duelo, Fernández aprendió de golpe a ser padre y madre a la vez. ‘Todo es muy difícil. Cuando necesito fuerzas veo unos videos en mi celular de Vane y Yoel. Con Sergio aprendo cosas todos los días y me dolía en el alma cuando hace unos meses atrás me preguntaba quién era su mamá. Él no la conocía, pero ya le he empezado a explicar de a poco que pasó. Le enseñé a bañarse y a ir al baño solo. Son cosas que cuestan mucho estando solo y por eso agradezco a toda la gente que estuvo y está con nosotros’, explica Osvaldo.

Después de tantas pálidas, Fernández encontró trabajo en Veladero, pero cuando un amigo le ofreció entrar a una empresa multinacional que le quedaba mucho más cerca, no lo pensó mucho y dejó la minería.

Antes de la tragedia, Osvaldo se había tatuado en sus antebrazos los nombres de sus hijos y hace unos meses se hizo tatuar con letras chinas el nombre de los tres en su hombro derecho ‘para tenerlos siempre cerca’.

‘A veces sueño con Vane y con Yoel, los veo felices. Ella lo único que me dice en esos sueños es que cuide a nuestro hijo. Por eso me reprocho no haber estado esa mañana, siento todavía mucha bronca. Otra cosa que me partió el alma fue cuando lustrando un mueble tiznado por el hollín, encontré un mensaje de ella escrito en el espejo. Nunca lo había visto y dice ‘Osvaldo te amo yo Vane’. Esas cosas y mi hijo, son los motivos por los que hoy puedo seguir adelante a pesar de todo’, comentó Fernández, entre lágrimas.