Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo: ven a imponerle las manos, para que se cure y viva”. Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme”. Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum”, que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!”. Enseguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer (Mc 5,21-43).

El evangelio comienza con la presentación del padre de la niña. Se trata de un jefe; responsable de la sinagoga que tenía la función de presidir el culto y la responsabilidad del edificio. Este hombre es una autoridad judía que, a diferencia de muchos otros, confía plenamente en Jesús y se une a él con actitudes que contrastan fuertemente con su posición social: se acerca personalmente a Jesús, en vez de enviarle un siervo. Cuando se aproxima al Mesías, no obstante la multitud, no se avergüenza, y se arroja a sus pies en una actitud de gran humillación. Es que la fe comienza donde termina el orgullo. En su pedido, deja transparentar una viva confianza en el poder del Señor. Jairo habla de su hija, diciendo que está en "el final” (en griego: "eschátos”). La narración habla de una constatación grave y deja entrever el peligro de la muerte, "el último” enemigo. El jefe judío propone a Jesús que vaya a imponerle las manos a su hija. Se trata de un gesto común en la praxis judía para significar la transmisión de poder; tanto es así que en el uso cristiano ha llegado a ser sinónimo de "ordenación”. Pero en este caso, la referencia es al poder de curación que Jesús deberá transmitir a la niña moribunda. Sin decir nada, el Maestro lo sigue: ha aceptado su pedido, porque ha reconocido un sincero acto de fe. Es que los padecimientos del hombre siempre son la preocupación de Dios. La hija está muerta. Hasta que hay vida hay esperanza, pero cuando llega la muerte pareciera que hasta la esperanza se va y que ya no se puede más.

De nuevo, el evangelista Marcos confronta una situación humana de impotencia, con la potencia de Jesús. Al jefe de la sinagoga, Jesús pide alejar el miedo y continuar teniendo fe. En griego, el imperativo presente: "písteue”, tiene un valor de duración y continuidad; no indica una acción puntual y momentánea. Con esto se quiere reconocer que Jairo tenía fe, y ahora, no obstante que se encuentra frente a la muerte de su hija, es invitado a perseverar en tal actitud. La fe no es algo que se tiene sino Alguien que siempre nos sostiene, de modo más fuerte cuando sufrimos. En los momentos de angustia y sufrimiento deberíamos meditar en que Dios, de modo particular en esas situaciones, nos ata con ataduras de amor como la madre ata sobre sus hombros al pequeño para que no se le caiga. Se inclina hacia nosotros, nos aprieta contra su rostro y su corazón de Dios, nos acaricia y nos sostiene. También cuando hay muerte debe haber fe. Jesús no aprueba el ritual fúnebre marcado por el llanto desesperado, e invita a cambiar de actitud, ya que no habla de "muerte” sino de "sueño”, lo cual motiva risas y burlas. Pero Jesús no se deja intimidar por esos gestos irónicos. Hizo salir a todos y se quedó con los padres y la niña. Es que Dios actúa eficazmente cuando el silencio y la confianza constituyen la atmósfera apropiada para que él pueda obrar sus prodigios. Jesús tomó la mano de la niña y le ordenó levantarse. En arameo le dice: "Talitá kum” ("yo te lo ordeno, levántate”). Así revela ser Señor de la vida, capaz de resucitar a los muertos. Se cumple aquí lo anunciado en uno de los libros sapienciales: "Dios creó al hombre para que fuera incorruptible” (Sab 2,23).

La reacción de los presentes es de "estupor”. El griego habla de "éxtasis”, en el sentido que los espectadores estaban "fuera de sí” por lo acontecido. Dios hace milagros todos los días en nuestra vida y quiere seguir haciéndolos. Sólo hace falta que tengamos fe y no perdamos la capacidad de maravillarnos dando gracias por lo que a cada instante nos regala.