En los valles cordilleranos, cientos de animales invaden la alfombra verde. Llegan desde el Oeste para pastar durante el verano. Familias enteras se apostan prácticamente en medio de la nada para criar a sus caprinos, producir queso, engordarlos y llevarlos luego a sus pagos.

Cuando no se conoce ese mundo, es difícil imaginar cómo sobreviven tantos meses alejados de la civilización. Esta actividad, más conocida como las veranadas, es una añeja costumbre. Pero durante años, no fue controlada. El resultado: contaminación, enfermedades en la fauna, e impacto ambiental. Ahora, al menos 4 veces por temporada se monta un operativo para controlar.

Que las cabras pasten en las entrañas de la cordillera argentina es una vieja costumbre chilena. En ese país, la pastura es poca por las condiciones geográficas. Porque les queda cerca los valles cordilleranos argentinos, sobre todo los que están en San Juan, ellos vienen cada verano para el engorde. La trashumancia es un hecho histórico y que forma parte de la idiosincrasia del lugar, pero durante años dejó graves vestigios. Así fue que a partir del 2013, por decisión del Gobierno provincial, se volvió a cobrar un canon a los crianceros chilenos, pero también se los controla. Así, la Secretaría de Ambiente, Gendarmería y hasta el INTA llegan al corazón cordillerano para ver que esta actividad produzca el menor impacto posible en el medio ambiente.

Para los chilenos, llegar al corazón de la cordillera sanjuanina es relativamente sencillo. En mula pueden tardar entre 1 y 2 días. Pero desde Calingasta, el panorama cambia radicalmente. Para llegar a los valles de la cordillera hay que cabalgar entre 5 y 7 días.

Así, cuando se ingresa a este paraíso verde, rodeado por moles coronadas de nieve, lo primero que llama la atención son los rucos. Se trata de construcciones de piedras que están en sectores estratégicos para protegerse del viento y las nevadas. Así, de repente, cuando se termina de bordear algún filo de la montaña para ingresar al valle, lo primero que se ve es esa construcción.

Cerca de ella, siempre hay animales pastando. Se apostan en las zonas de las vegas, por la abundancia de agua y de vegetación fresca.
A paso lento. Al ritmo que las cabras marcan. Allá nada parece depender del ser humano. El tiempo marcha diferente. Sólo importa que los animales engorden, que den leche y así producir queso para vender. Para sobrevivir el próximo invierno. Para los crianceros, este es el único trabajo que conocen y lo heredaron de sus ancestros. Están más de 4 meses en la cordillera y cada tanto vuelven a Chile para abastecerse. Los animales nunca quedan solos. Por ruco viven unos 5 crianceros. Privaciones y aislamiento. La tarea empieza antes de que el Sol despunte, con el ordeñe. En los últimos años, y a fuerza de capacitación, controles y multas, estas personas dejaron de cazar guanacos para deshidratar su carne y hasta empezaron a clasificar y embolsar el residuo que generan. Una tarea que es controlada de cerca por los sanjuaninos.

CONTROLES

Los sanjuaninos llegan a la montaña, penetran los valles hasta detectar los crianceros. La tarea no es fácil. Y no sólo por las distancias que tienen que recorrer, o porque tienen que enfrentarse a las inclemencias geográficas o del clima, sino porque no es fácil cambiar la costumbres de estas personas. “Es un trabajo de hormiga. Hay que enseñarles que no deben cazar, que no se puede pescar y sobre todo, que no deben dejar residuos en el lugar”, cuenta Raúl Coll, de Dirección de Conservación de Ambiente, que participó del último operativo de control que se hizo a mediados de enero pasado. En la actualidad, según los datos que maneja Ambiente, en la cordillera sanjuanina hay entre 50 y 60 crianceros chilenos.