Nadie duda del aplastante triunfo de Evo Morales, aun cuando se debe esperar una semana en conocer los resultados oficiales de las elecciones presidenciales del domingo último, donde el presidenta obtuvo más del 60% de los votos para iniciar en enero un tercer mandato hasta 1020, con posibilidades de reformar otra vez la Constitución para asegurarse la perpetuidad.

El primer mandatario indígena supo aprovechar el enorme potencial del gas para dar vuelta la historia de la nación más pobre de la región y convertirla en la segunda economía más pujante, detrás de Perú. Bolivia tiene dos gasoductos hacia los mercados cautivos de Argentina y Brasil, que le reportan unos 6000 millones de dólares anuales, factor del tremendo crecimiento en esta década no sólo por las necesidades energéticas de sus vecinos sino porque los precios internacionales del fluido se multiplicaron por diez en ese lapso. Cuando Evo asumió, las exportaciones gasíferas llegaban a escasos 485 millones de dólares al año.

Pero esta bonanza es perentoria: en 2017 vence el acuerdo de provisión a Brasil, un país que busca el autoabastecimiento en hidrocarburos y, en 2027, termina el contrato con Argentina, cuando se supone estará en plena explotación el potencial de Vaca Muerta. Evo sabe que esas fechas de vencimiento impactarán duramente en la pujante economía boliviana y por eso busca rápidamente la industrialización y el desarrollo agrícola con exportación de frutos exóticos e ingresar en los suministros electrónicos con las cuantiosas reservas de litio inexplotadas.

Pero no todo es color de rosa para Evo, más allá de los riesgos de tener una economía basada fundamentalmente en la extracción de materia prima, que si no la revierte será catastrófico. También tiene problemas políticos ganados por avasallar al Estado de derecho, que llevó al exilio a numerosos opositores; está enfrentado con la Iglesia por señalarle los atropellos a las libertades fundamentales y, con lógica chavista, ha declarado al neoliberalismo y al imperialismo norteamericano como sus principales enemigos.

Por otra parte, las bondades de la economía no han logrado mejorar la calidad de vida de los sectores más vulnerables y el propio Evo declaró la semana pasada que la reducción de la pobreza es una las deudas pendientes. Sin datos oficiales, se estima que hay 2,5 millones de personas -la cuarta parte de la población- en situación de extrema pobreza. Los subsidios oficiales sólo alcanzan a los ancianos y a los chicos en edad escolar. El resto de los carecientes y desocupados no tiene cobertura.