A fines de los "90, con la llegada de las plataformas y de una saga de series que revolucionaron los formatos narrativos, la cultura audiovisual dio un giro drástico y algunos géneros parecieron declinar, entre ellos las telenovelas. Pero lejos de eso, el formato que otrora convirtió a la Argentina en uno de los principales exportadores mundiales (status que parece haber perdido) logró sobrevivir y adaptarse al ecosistema del streaming, que hasta lanzó un canal exclusivo, "TNT Novelas". Productos como Betty, la fea; Pasión de Gavilanes y La Reina del Flow fueron claros ejemplos de este fenómeno, replicando en el streaming parte del éxito que supieron conseguir en la televisión abierta. Y la que desde mañana irá por eso será Muñeca Brava, dispuesta a a demostrar desde Netflix que el género no ha perdido su poder de convocatoria. 

Un promedio de dos millones y medio de personas siguieron cada día la tira protagonizada por Natalia Oreiro y Facundo Arana, desde su estreno el 16 de noviembre de 1998 hasta su última emisión el 17 de diciembre de 1999. El ciclo fue exportado a más de 80 países y traducido a más de 50 idiomas. Ahora Netflix busca repetir el éxito obtenido por la historia de Mili (apodada Cholito), una mujer rebelde y aventurera, que al crecer y dejar atrás el convento donde vivía se convierte en una empleada de una mansión, donde conoce -y se enamora- del personaje interpretado por Arana. Los condimentos disruptivos de este melodrama, como el hecho de que la protagonista tiene que hacerse pasar por hombre para jugar al fútbol, fueron una de las razones del éxito de esta propuesta, que tuvo su origen en un cuento que escribió Enrique Torres a partir de un encargo del productor de televisión Gustavo Yankelevich.

Para la doctora en Ciencias Sociales y especialista en géneros televisivos Libertad Borda, el éxito imperecedero de las telenovelas se debe a la temática de la identidad que presentan, además de "la invariante del amor de una pareja que debe luchar contra todo tipo de obstáculos para consumarlo". 

"Tratan muchas veces de recuperar identidades robadas, ocultadas, mentidas. Y también de que los villanos reciban su castigo. En este sentido, se puede decir que el interés que generaba la telenovela en gran medida tenía que ver con esa impronta melodramática: el placer ambivalente de por un lado, disfrutar con el despliegue de actos de extrema maldad, por otro, la alegría de que por lo menos en ese plano simbólico, la felicidad y la justicia final era posible", explicó Borda.