“Al principio no nos preocupamos en exceso”, relató Tadashi Miharaku, un ejecutivo de 65 años, “pero al ver que el temblor continuaba y su intensidad iba a más, nos asustamos como nunca”. Acto seguido, se refugiaron bajo las mesas, mientras el mobiliario caía e incluso los vidrios de algunos edificios se rompieron. “Ha sido muy largo, todas nos escondimos asustadas bajo las mesas y pensamos en el último terremoto de Nueva Zelanda”, comentó Kaeko Mori, de 26 años, y que presenció en su oficina cómo la tensión se disparaba entre todos sus compañeros. Los tokiotas coincidían en que este terremoto ha sido “el más fuerte” que han vivido, tanto para quienes estaban en las calles, como para quienes se encontraban en el trabajo, que han visto como cristales se rompían y libros y estanterías se iban al suelo. “Mi despacho está en el sexto piso”, prosiguió Miharaku, “y mientras trataba de ponerme a salvo, veía como el resto de rascacielos daban suaves bandazos”, especialmente a partir del segundo temblor, “el verdaderamente intenso”. “Sólo cuando era pequeño recordaba algo parecido”, apostilló. La metrópoli nipona está acondicionada para soportar fuertes terremotos sin que se produzcan daños materiales y su legislación prohíbe por ejemplo que los edificios estén en contacto para evitar un efecto arrastre durante los sismos. Una parte de los tokiotas cavila ahora sobre la forma de salir de la ciudad, ante el cierre en vísperas del fin de semana de sus principales arterias y la suspensión de los servicios ferroviarios que enlazan con la capital con el resto del país.