En su fenoménico ímpetu arrasador, no busca extremos para andar su vuelo, sino que adapta su impronta al camino que le contiene y, cuando le han puesto piedras por el correr del tiempo, tal como reza el viejo proverbio, como un indicador que orienta la existencia, como agua que camina "’busca siempre el antiguo curso”, es decir, "’vuelve a su viejo cauce”.

Las nuevas generaciones ya no caminan. Lo que es peor, ya no se detienen a pensar. Pareciera que el tiempo se les escapa de las manos y pretenden correr incluso, en medio del sueño para quienes ya no es placentero como decíamos antaño al desear los "’dulces sueños”, en una excelente referencia al descanso paradisíaco tan elevado que hasta el paladar podía degustarle en su plenitud. La velocidad inusitada y la pergeñada, ha generado el estrés en una contradicción increíble, cuando una píldora medicada le pone freno al andar en medio de una sociedad que lo arrastra en su inercia con signos fatalistas por carencia de previsión.

La savia de la naturaleza y la sabia de la vida son la esencia y la lógica que las nuevas generaciones han colgado en el portal, negándoles su presencia en sí mismo como parte indisoluble en su esquema existencial, conceptos de raigambre inscripto en el ser humano de los que no puede prescindir, porque luego, no sabe construir la vida, a partir de que ésta, se construye en el marco de conceptos de bondad. El ser no puede separar lo que ya viene impuesto en él aunque sí puede contravenir los dictados instintivos, naturales, incluso conscientes que conlleva en sí, porque tiene y fue premiado con el libre albedrío, degradado cuando ese hombre niega el paso al sentido común.

Las carencias materiales son circunstancias accidentales en la vida de las personas y giran en torno a lo relativo de su existencia. En cambio las carencias esenciales obnubiladas por acto voluntario o desconocimiento perturban la existencia y la vida de relación porque son parte integral y constitutiva en todo ser de la Creación, inscriptas a fuego en la génesis de cada ser o cosa. Sin embargo, solamente el ser racional rompe este equilibrio dado para todas las cosas y es su voluntad, transformadora de la realidad, la que pretende desconocer que en su mochila a cuestas tiene impreso su propia sustancia de la que se debe servir pero no contravenir. Sin ser fundamentalismo, resulta fundamental entenderlo, porque de estos preceptos devienen los valores comunitarios que enlazan las sociedades en su pretensión de generar el bienestar de todos.

Los objetivos de las sociedades tienen una característica primaria y es que no se dispersan cuando transitan por el centro de la sensatez, que no es otro que la comprensión del destino común que sólo puede elaborarse y construirse cuando se ha logrado la paz, porque ella es portadora de diálogo fecundo. Ella, la paz, no sólo posibilita el diálogo sino que tiene la propiedad de incitarlo, habilitarlo porque en él se edifica el hombre y la palabra.

Los extremos están apartando a las sociedades de su cauce y vuelven al hombre intolerante. El hombre intolerante desprecia el pensamiento del otro, de su semejante y le subestima peyorativamente en la discusión pública. Esto no debe ocurrir desde ningún estrado. El llamado a la concordia nos está clamando su espacio. No se puede vivir con la angustia del desencuentro constante cuando estamos atravesando una crisis global que nos afecta en todos los parámetros de la vida nacional. Al menos, los argentinos, necesitamos reencontrarnos en el diálogo profundo que nos permita comprender que somos una comunidad de iguales, pero también, responsable.