Buenos Aires, 21 de enero.- Es buen orador y se le llegó a denominar el "Kennedy negro", admira el sentido del deber de Abraham Lincoln y su reforma sanitaria se compara con los logros de Franklin D. Roosevelt, pero ante todo Barack Obama es un pragmático que debe superarse a sí mismo en un segundo mandato como presidente de los EEUU.
En 2009, tras una campaña electoral seguida con devoción en todo el mundo, Obama se convirtió en el primer presidente negro de la historia del país y despertó en los estadounidenses una esperanza parecida a la que se generó cuando John F. Kennedy se comprometió en la década de los sesenta del siglo pasado a llegar a la Luna.
Pero no ha sido Kennedy la fuente inspiradora para un primer mandato con el que Obama ha dejado fríos a muchos por la escasez de logros sustanciales, sino Abraham Lincoln, decimosexto presidente de los Estados Unidos y el que abolió la esclavitud.
Ni Lincoln ni Obama se habían postulado para otros cargos ejecutivos antes de ser elegidos para ocupar la Presidencia y ambos llegaron a lo más alto en momentos de profundas crisis en el país.
"Parte de lo que Lincoln nos enseña es que perseguir los ideales más elevados y una causa profundamente moral requiere que también te impliques y te ensucies las manos. Y eso incluye negociaciones y compromisos", reflexionó Obama en una entrevista con la revista "Time" en diciembre pasado.
Hoy jurará su cargo para un segundo mandato en una ceremonia pública frente al Capitolio con la Biblia que Lincoln usó al llegar a la Casa Blanca en 1861 y su discurso anual del Estado de la Unión lo pronunciará el 12 de febrero, día en que el asesinado presidente cumpliría 204 años.
Si Lincoln es uno de los guías espirituales de Obama, con Roosevelt se le compara por haber sentado las bases de la atención sanitaria universal con la reforma del sistema de salud promulgada en 2010.
Roosevelt introdujo un sistema de Seguridad Social en la década de los treinta del siglo XX y desde entonces todos los presidentes demócratas que intentaron llevar a cabo una reforma sanitaria fracasaron, entre ellos Harry Truman, John F. Kennedy, Lyndon Johnson y Bill Clinton.
La "revolución sanitaria" que perseguía Clinton no tuvo éxito, pero el ex presidente (1993-2001) gobernó en el período más largo de crecimiento económico de la historia del país y Obama tomó prestadas varias de sus recetas frente a la grave crisis que se encontró al llegar a la Casa Blanca en 2009.
Reconciliados tras una etapa de distanciamiento, Clinton y Obama no pueden ser más distintos: el ex mandatario posee un carisma innegable, sentido del humor y facilidad para conectar con el ciudadano medio; mientras que el actual presidente es visto por muchos como un hombre misterioso y "poco sociable".
En el rostro casi siempre imperturbable de Obama han asomado lágrimas en público muy pocas veces. De emoción las de su último mitin de campaña en Iowa el pasado 5 de noviembre y de tristeza un mes después, el 14 de diciembre, tras el tiroteo en una escuela de Newtown donde murieron 20 niños y 6 adultos.
Obama "ha sido la voz de la razón y la calma en un momento de la política estadounidense en que este tipo de voces son cada vez más escasas", explicó Robert Reich, secretario de Trabajo en el gobierno de Clinton y profesor de política en la Universidad de California, a la emisora de radio NPR.
Ese temperamento de Obama "es el necesario" para la coyuntura actual, según Reich, quien no recuerda un grado "de ira y división" mayor al que existe hoy entre demócratas y republicanos, polarizados y en permanente desacuerdo a la hora de sacar adelante leyes en el Congreso.
En el presidente impera, además, un pragmatismo político que hace que sea "un hombre que resuelve problemas" más que un ideólogo entregado a las causas que los sectores más progresistas de su partido reclaman.
Con importantes desafíos que incluyen ese mayor control de las armas, seguir impulsando la recuperación económica, culminar la retirada de Afganistán en 2014 y una reforma migratoria, Obama confía en tener un segundo mandato alejado de polémicas como las de varios de sus predecesores.
Reelegido en 1972, Richard Nixon tuvo que dimitir ante la amenaza de un juicio político por el escándalo Watergate, mientras que Ronald Reagan enfrentó serios problemas en su segundo mandato por la venta de armas a Irán para financiar a la guerrilla antisandinista de Nicaragua.
A Bill Clinton le tocó lidiar en su segunda administración con el escándalo por su aventura con Mónica Lewinsky y George W. Bush dejó la Casa Blanca en 2009 con una popularidad por los suelos por la gestión de la guerra de Irak y de la tragedia del huracán Katrina en Nueva Orleans.
Como ha dicho varias veces en los últimos años, él es el "hombre flaco con el nombre raro" que fue elegido presidente y que ahora está obligado a superar no a Bush, su predecesor, sino al Barack Obama de estos últimos cuatro años.