San Juan, 22 de diciembre.- La homilía de Monseñor Alfonso Delgado, Arzobispo de San Juan en Cuyo, tuvo en su extensión varios llamados al sector político. Entre los más salientes, hizo un pedido para que se luche contra el narcotráfico y también por un mayor diálogo entre el sector político.

El mensaje completo del Arzobispo de San Juan de Cuyo

Hoy adelantamos y preparamos el momento tan hermoso de la Navidad. Hay fiesta en los corazones y en los hogares más humildes. Y el centro de esta alegría es el nacimiento de un niño, el Nacimiento de Jesús, el Mesías, el Señor. Los jefes de Israel esperaban un Mesías glorioso acorde con su descendencia de David, que llegara con poder y al son de trompetas. Los planes de Dios son distintos. Llega a través de una familia humilde, sencilla y trabajadora. Y de una madre, María. A su lado, su esposo José le brinda la paternidad de su corazón.


El momento del parto los sorprende ejerciendo su ciudadanía, empadronándose en Belén, la ciudad de origen de su estirpe, a más de 100 km. de Nazaret. Y con el trajín del empadronamiento, no hubo lugar para ellos. José y María no se amilanan. Acondicionan una especie de cueva al borde de la pequeña ciudad de Belén. Allí nace Jesús, verdadero Dios, verdadero hombre. ¡Cuánto amor expresa el pobre pesebre, al que nosotros adornamos ahora con luces y colores! El Papa Francisco nos ha dejado una reflexión conmovedora: “María (con José) sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura”.


Es decir, con pocos medios humanos, pero con amor infinito. A ese amor lleno de alegría y de paz se suman los ángeles y los sencillos pastores que velan el rebaño. A ese amor, a esa alegría y a esa paz quisiéramos sumarnos también nosotros. Unos pobres pañales expresan unos medios humanos muy reducidos. Pero a su lado hay una “montaña” de amor, una “montaña de ternura”. (Casa de Gobierno de provincia pujante, responsabilidades cívicas, institucionales, sociales.) Con esta luz de Dios pensemos en los recursos que disponemos para tanto bien a realizar, ya sea en nuestras familias, en las instituciones que dirigimos o en las funciones que desempeñamos.


Los recursos para hacer el bien siempre serán limitados, pero son el fruto del esfuerzo y del trabajo de todo un pueblo, de otros ciudadanos como nosotros. Las tareas humanas se caracterizan por su posibilidad de amar, de querer, de sumar al bien de todos. Tienen el sello de la libertad y de la responsabilidad, de nuestra dignidad de personas y de la riqueza de la fe. La vida no es un destino ciego e irreversible.

Está abierta a nuestras libres decisiones, a poder jugarnos por el bien de todos. En San Juan solemos escuchar una expresión: ¡Podemos! Con recursos limitados y con la firme decisión de servir y trabajar por lo mejor para una sociedad, podemos ayudar a edificar una provincia y un país. ¿Cómo se puede traducir esa “montaña de amor y de ternura” a nuestra vida de dirigentes de la sociedad? A veces pueden presentarse como opciones antagónicas, como el día y la noche, o el agua y el aceite, fáciles de detectar. Y, además, siempre tenemos la capacidad de poder cambiar para el bien (Dios quiera que nunca sea para el mal).

Podríamos expresarla a través de sencillos ejemplos o actitudes: Empecemos por la alegría de servir a la gente, con todos nuestros talentos y posibilidades, sin caer nunca en la actitud de servirnos de los demás;o en el gozo de trabajar por el bien de todos, por el bien común, por encima del bien personal. En caminar por la senda límpida de la verdad, sin adentrarnos en el terreno fangoso de la mentira.

En la satisfacción de ser sembradores de paz, de diálogo y de entendimiento, sin la tristeza de rencores y enfrentamientos, tan dañinos como estériles. En poder recorrer con la frente alta el camino de la honestidad, sin dejarnos atrapar por el éxito efímero de cualquier tipo de corrupción. En el compromiso de ser verdaderamente justos y de anhelar también la mejor justicia humana posible, ante la cual todos seamos iguales y nadie sea más igual que los demás.

En la responsabilidad, la eficacia y la capacidad al servicio de nuestra misión, con espíritu decidido y solidario, sin dejar los problemas para los que vengan más atrás. En la preocupación por la seguridad de los ciudadanos frente a una delincuencia y a un narcotráfico cada vez más sofisticados;
Y tantas actitudes más que cualquiera de ustedes podría seguir añadiendo… De este modo se puede expresar, para nosotros, ese plus de amor, de servicio, de solidaridad, ¡de “ternura”!, con la gente y con la sociedad, hacia quienes nos debemos con toda el alma. Esto es también Navidad. Es revivir el Nacimiento de Jesús. Como María y José, seamos promotores de la transformación de las necesidades de nuestros hermanos en soluciones que acrecienten y fortalezcan la dignidad de tantísimos hermanos y hermanas nuestros.

Francisco: “¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo orientado a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común”. Es muy bueno fomentar el sano orgullo en la altísima vocación a la vida política y a las responsabilidades sociales.

Francisco: “Tenemos que convencernos de que la caridad «no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas». ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los más pobres!” Y señala también el Papa: ¿Y por qué no acudir a Dios, tan cercano, para que nos inspire y ayude en nuestra misión? Y que en San Juan y desde San Juan avancemos en recrear una nueva mentalidad política que nos ayude a los argentinos a forjar una verdadera Patria de hermanos.

En Navidad Dios se hace cercano y asume nuestra condición humana renovando los vínculos familiares y sociales. Mirando el pesebre, entendemos mejor el mandamiento supremo del amor. “Danos, Señor, la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda”. Todo esto es Navidad. Con estos deseos en nuestro corazón, ¡Feliz y Santa Navidad para todos!

Alfonso Delgado Arzobispo de San Juan de Cuyo