Nacido de la necesidad de contar con un osario para una ciudad que comenzaba a crecer, el Cementerio de la Capital se instituyó como tal en 1835 y desde entonces, no son pocas las historias que se han tejido a su alrededor.

Una campana que suena sin que nadie la toque, velas rojas y negras que aparecen en distintos sitios y dos jovencitas que se pierden dentro del cementerio en plena noche son algunos de los misterios que van pasando de boca en boca y que panteoneros y floristas repiten hasta hoy.

Con más de 20 años trabajando como panteonero, Olmos -así, a secas- es uno de los municipales que más antigüedad tiene en el cementerio. Y aunque un poco parco para contar, desgrana con pocas palabras cosas que vio y escuchó. ‘Acá trabajaba un muchacho de apellido Reinoso, que de buenas a primeras se fue a una agencia de seguridad. Yo había escuchado el comentario, pero nunca me pasó a mí, y este muchacho tuvo la mala suerte de que siendo sereno, le pasó a él lo que le voy a contar: dice que a eso de las 3 de la mañana, la campana que está acá en la entrada empezó a sonar sola. Nadie la tocaba, pero se movía y sonaba igual. El pobre se pegó un susto tan grande que se fue y no volvió nunca más a trabajar acá‘, relata Olmos.

A la anécdota de la campana se suma otra, que el florista más antiguo del cementerio recuerda haber escuchado. Su relato trae del pasado a dos vecinos -hoy uno de ellos fallecido, el otro de 88 años- que siempre vivieron en una calle cercana al cementerio. ‘Era en sus años jóvenes, volvían de un baile a la madrugada y delante de ellos, caminaban dos chicas muy lindas. Las siguieron por varias cuadras, diciéndoles piropos, a lo que las chicas respondían con sonrisas. Cuando llegaron a las puertas del cementerio, vieron como, sin abrirlas, las dos chicas atravesaban la reja y se perdían en la oscuridad de la noche. Los dos muchachos salieron corriendo hasta sus casas, muertos de miedo‘, cuenta.

Velas que aparecen en la puerta del cementerio o formando extrañas figuras en el monumento que recuerda a los muertos por el terremoto del 44, o en la ‘cruz grande‘, como ellos la llaman, ubicada casi al final del cementerio, son otro de los misterios que cuentan los empleados. ‘Velas negras encontramos siempre, sobre todo los días sábado, pero nunca vemos quién las pone. Como tampoco sabemos quién puso una estatuilla de San La Muerte sobre una cripta abandonada en la que siempre dejan flores‘, contó otro empleado que no quiso dar su nombre.

El mismo hombre señaló uno de los mausoleos más antiguos que tiene el cementerio, en cuyo frontis se lee ‘Sardella‘ como uno de los lugares a los que nadie quiere entrar. ‘Hay algo en ese lugar, como un hielo cuando uno entra. Nadie quiere limpiar ese mausoleo, aunque le paguen por hacerlo‘, cuenta. Olmos, el panteonero, sintetiza sobre los misterios. ‘Cuando uno quiere ver cosas, las ve. Todo está en lo que se cree‘, afirma el hombre.