El día 23 de septiembre de 2011 marcó un hito muy importante en el viaje de Benedicto XVI a Alemania. Aquel día el Papa se reunía con los representantes del Consejo de la Iglesia Evangélica Luterana. Y lo hacía precisamente en el antiguo convento de los Agustinos. Allí estudió Teología el fraile Martín Lutero. Y allí mismo fue ordenado sacerdote, en 1507. Antes, siendo más joven, había estudiado en la Universidad de Erfurt y obtenido el título de bachiller en artes.
En su discurso, el Papa subrayó que lo que realmente inquietaba al joven teólogo era la cuestión de Dios. Esa fue la pasión profunda y el centro de su vida y de todo su camino. "’¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?” Esa era la pregunta que le penetraba el corazón y orientaba toda su investigación y su reflexión.
Dirigiéndose a los luteranos de hoy, Benedicto XVI señalaba que ésta ha de ser también hoy la preocupación de todos los cristianos. En un mundo secularizado -como dijera el cardenal alemán Walter Kasper, un mundo "arrojado a su propia mundanidad”-, es necesario plantearse las razones de la ausencia de Dios. ¿Por qué tanto olvido de Dios? En este momento, la cuestión de Dios es el vínculo que ha de unir hoy a católicos y evangélicos. Despertar el "deseo” de lo espiritual, es uno de los mejores servicios que juntos podemos trabajar.
Es cierto, sin embargo, que ese desafío no ha de permitirnos rebajar las exigencias de la fe o adulterar su contenido. De ningún modo. "No serán las tácticas las que nos salven, las que salven el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante la cual entre Cristo en nuestro mundo, y con Él el Dios vivo”, expresó el sucesor de Pedro en su aquilatado discurso.
Pero su preocupación no se quedaba solamente en el mundo secularizado. Ante los luteranos, recordaba que en los últimos tiempos está cambiando la geografía del cristianismo. Hay nuevos grupos que se multiplican con un inmenso dinamismo misionero, aunque con poco bagaje racional y dogmático y con poca estabilidad. Hay nuevos grupos religiosos con fuerte contenido emocional y de autoayuda, pero con poco contenido doctrinal.
También ante ese desafío es preciso robustecer las convicciones y los comportamientos de las comunidades confesionales históricas. Todas ellas han de preguntarse qué es lo que permanece siempre válido y qué es lo que puede y debe mejorar en la comprensión y la vivencia de la fe.
Estas cuestiones han sido evocadas este año de la Fe, con motivo del Octavario de oración por la unión de los cristianos, que se ha celebrado del 18 al 25 de enero pasado. La unidad que quería Jesús para todos los cristianos no podrá alcanzarse sin la oración. "Padre, que sean uno, para que el mundo crea que Tú me enviaste” (Jn. 17, 21). La oración creyente y sincera ha de inspirar y mantener la voluntad de encontrarse en el amor.
Además, será necesario preguntarse por la rectitud del comportamiento ético que se espera de todos los cristianos, sean católicos, evangélicos u ortodoxos. La responsabilidad moral es uno de los signos insoslayables que indican nuestra aceptación del Evangelio. No basta con unirnos en lo que creemos. Es preciso concordar también en el modo de comportarnos ante los grandes desafíos: la familia, la inviolabilidad de la vida humana, la dignidad de la persona, la paz, el cuidado del medio ambiente, el comercio de armas, etc.
Y, además de la oración y del comportamiento moral, tendremos que revisar la sinceridad y la forma de nuestro testimonio de fe en el mundo de hoy. La cuestión de Dios que inquietaba a Lutero e inquieta a tantos de nosotros, ha de llevarnos a vivir en el mundo como testigos del Dios y Padre de Jesús. Y como testigos y constructores de una nueva fraternidad. La civilización del amor es coincidente con la cultura de la Vida, y ello es patrimonio y tarea de todos.
(*) Especialista en bioética, profesor universitario. Párroco de Nuestra Señora de Tulum, Villa Carolina.