La "leyenda negra" de un Papa amigo de Hitler y sostenedor de los regímenes totalitarios no nació, como frecuentemente ha sido considerado, en el ambiente judío, en respuesta a los presuntos silencios de Pío XII frente a la Shoah (Holocausto), sino en el ámbito comunista, en el período en que, poco antes del final de la segunda guerra mundial, se perfilaba la división del mundo en dos bloques opuestos, uno bajo la influencia soviética y el otro bajo la estadounidense. De un estudio atento de las fuentes, resulta que la "acusación" de un Pío XII amigo de Hitler, de Mussolini y de los otros dictadores fascistas es anterior a la ardiente y aún controversial acusación de los silencios del Papa sobre el exterminio de los judíos en Europa.
La obra dramática "El Vicario" de Rolf Hochhuth, representada por primera vez en París en 1963, divulgó entre los intelectuales europeos y el gran público, la acusación de un Papa silente e indiferente frente a la suerte de los judíos; de un Papa que, por miedo al comunismo ateo y revolucionario, se puso de parte de los dictadores de su tiempo. De este modo, Pio XII era llamado por el tribunal de la historia a la mesa de los imputados por los sucesos de la Shoah; esa llamada de "cómplice" le amplió, más allá de Alemania, el campo de las responsabilidades por cuanto había ocurrido a los judíos en la Europa cristiana. La literatura histórica anti-católica luego jugó bien para crear la leyenda de un Papa silencioso y amigo de Hitler; literatura que tuvo en los años pasados mucho éxito en el ambiente anglosajón y que hoy está sometida a una seria y meditada crítica histórica. Tales hechos, además, fueron y son hasta hoy instrumentalizados por el judaísmo más radical e intransigente, interesado en mantener vivo, también por motivos más políticos que ideales, controversias con la Iglesia Católica por su anti-judaísmo, sostenido por muchos católicos hasta el Concilio Vaticano II. Las recientes tomas de posición del mundo judío sobre el proceso de beatificación de Pío XII entran en tal clima de indebida presión a la Santa Sede.
Los hechos a los que acabamos de hacer referencia se encuadran en el contexto histórico internacional de los años ’60, todavía dominado por la lógica de la guerra fría, cuando ya Pío XII había muerto y a la sede de Pedro había subido un pontífice, Juan XXIII, que en pocos años, con su cordial amabilidad, se había ganado la simpatía también de muchos no creyentes. El mismo Pío XII durante sus largos y difíciles años de pontificado (1939-1958), fue muy querido y venerado por los católicos de todo el mundo y respetado por las grandes personalidades de aquel tiempo. La noticia de su desaparición, el 9 de octubre de 1958, fue acogida en todas partes con gran conmoción y humana participación. Hombres de Estado, diplomáticos, jefes religiosos de diferentes credos enviaron al Vaticano mensajes de condolencia, subrayando la prodigiosa obra desarrollada por el Papa durante la segunda guerra mundial a favor de la paz y, sobre todo, la contribución humanitaria ofrecida por la Santa Sede para aliviar los sufrimientos de las víctimas de la guerra, en particular los judíos, perseguidos en la mayor parte de los países europeos.
El llamado "peligro rojo" fue advertido por el Papa con gran lucidez y claridad, sobre todo en los últimos meses de guerra. El cambio de presidencia en los Estados Unidos en la primavera de 1945 (el presidente Franklin D. Roosevelt murió el 12 de abril y lo reemplazó Harry S. Truman) hizo esperar en el Vaticano un cambio de dirección en la política estadounidense, considerada excesivamente benévola respecto a Moscú, y una mayor toma de conciencia del "peligro comunista" en Europa. De hecho Truman asumió inmediatamente una actitud muy crítica respecto a las decisiones políticas de Moscú, de manera que los Estados Unidos se movilizaron con la amenaza de una nueva guerra o con ayudas económicas enviadas a países debilitados por la guerra, donde el riesgo de una infiltración comunista era más fuerte, para bloquear la avanzada del "peligro rojo" en Europa.
Con el pasar del tiempo, como era previsible, la relación entre el Vaticano y la administración estadounidense se hizo siempre más estrecha y solidaria, sobre todo en la lucha común contra el comunismo internacional. Éste, dirigido desde Moscú, asumió en los últimos meses de la guerra una actitud muy agresiva respecto al Vaticano. Fue sobre todo la alocución de Pío XII a los cardenales, el 2 de junio de 1945, pronunciada en ocasión de la fiesta de su onomástico, san Eugenio, la que puso en movimiento una campaña concertada de ataques a la persona del Papa. En ese importante mensaje el Papa recorría la lucha sostenida por la Santa Sede a partir de los tiempos de Pío XI, contra el nazismo y contra las doctrinas anticristianas divulgadas por el nacional socialismo alemán.