Viernes o sábados, preferentemente, usted cruzaba la plaza Veinticinco, enfilaba por Rivadavia hacia el Este y aproximadamente a media cuadra de la vereda Sur, una escalera lo conducía a un lugar que fue paradigmático en aquel centro de San Juan que ya no está: la Confitería Dunia.
Un hervidero de gente se reunía allí. El Gallego García, su dueño, logró traer a su show -sacrificio económico mediante- a los más grandes artistas del momento. Pudimos conocer allí al triunfante sanjuanino Jorge Durán, para mí uno de los diez mejores cantores de tango de la historia. A Carmen Nogués, que venía de recorrer el mundo con su canto folklórico de inclinación cuyana. Compartimos escenario -entre otros- con Arsenio Aguirre, autor de "Guitarra trasnochada", "La dejé partir", "El Quiaqueño" y tantas obras célebres de la música tradicional. Ese hombre tan manso como virtuoso con su guitarra, cantante de voz extrañamente triste, nos transmitió enseñanzas magníficas, junto a canciones de su nueva obra. Una noche, cuando sólo éramos humildes iniciados en la música, se nos invitó a cantar e interpretamos la entonces flamante zamba "Angélica". Jamás podremos olvidar el estremecimiento que nos produjo el sorpresivo aplauso de pie de la gente.
El Gallego García era un hombre bueno. Seguramente no ganó gran cosa, o perdió, pero le debemos jornadas de ensueño que prestigiaron la noche sanjuanina; una dulce bohemia juvenil que nos conducía a un sitio sano y de gran valor artístico y el ejemplo de una lucha tesonera por servir a la gente y a la provincia que lo había adoptado cuando llegó desde su España natal crucificada por la guerra.
Rivadavia entre General Acha y Tucumán. Noches de Dunia y la previa juntada multitudinaria, temprana, de los muchachos en la esquina peñera del Salón Pons (Tucumán y Rivadavia), donde las chicas paseaban sus vestiditos de época y su juventud alada, torrente de luces que derivaba luego, con las últimas monedas, a la escalera triunfal de Dunia, donde muchas veces nos contentábamos con asomarnos al piso donde el baile y la música se ponían la noche al hombro, arriesgando que algún mozo nos invitara a pasar porque había con consumir.
¡Dónde andarán tus sueños de guitarras trasnochadas y tangos melancólicos, Gallego García! ¡Dónde el trajín de tus mozos, quizá enredados hoy en alguna nube celeste, invitando a los muchachos a dejar sus últimos pesitos en aquella estación al cielo que a mitad de una cuadra tradicional del viejo San Juan construyó amores de siete notas y nos codeó con las estrellas!
El corazón me amaga con salirse del pecho e ir a buscar la adolescencia entre volcadas mesas desveladas que se obstinan en mantenernos la felicidad.
Dr. Raúl de la Torre, Abogado, escritor, compositor, intérprete.