Ampliar la vida tiene un significado inmenso y sublime. Después de miles de años de existencia, el hombre no ha podido superar tremendos conflictos con los que ha vivido siempre y aunque está en una incesante búsqueda, los nuevos tiempos le alejan cada día más de la posibilidad de descubrir el verdadero significado de la vida. Ante tremendo planteo surge un interrogante que debiera llevarnos a una profunda reflexión: ¿De qué nos sirve la educación si nunca llegamos a descubrirlo?

El filósofo y educador contemporáneo Krishnamurti, nacido en la India en 1895, rompió el molde esquemático de la clásica filosofía incluso exponiendo a flor de piel las graves consecuencias de conceptos rígidos que han influido en todas las sociedades del mundo nuevo puesto de relieve en la educación convencional que hace sumamente difícil el pensamiento independiente, considerando que la conformidad conduce a la mediocridad. Le ha bastado a Krishnamurti -según cuenta él mismo-, viajar alrededor del mundo para ver hasta qué punto la naturaleza humana es la misma, ya sea en la India o en América, en Europa o Australia, y es un hecho que puede observarse especialmente en los colegios y universidades. Estamos produciendo, como un molde, un tipo de ser humano cuyo principal interés en la vida es encontrar estabilidad, llegar a ser alguien importante, o simplemente pasarlo bien y no tener que reflexionar más que lo imprescindible.

En su libro "’La educación y el significado de la vida” el educador refiere a que ser diferente del grupo o no dejarse influir por el entorno no es fácil, y es a menudo peligroso, cuando la tónica general es rendir culto al éxito. La imperiosa necesidad de tener éxito en la vida -que es la recompensa que esperamos por nuestro trabajo, ya sea en el plano material o en la llamada esfera espiritual-, la búsqueda de la seguridad, interna o externa, y el deseo de comodidad constituyen un proceso que sofoca el descontento, pone fin a la espontaneidad y engendra el temor; y el temor impide comprender la vida con inteligencia. A medida que avanzamos en edad, la mente se embota y se insensibiliza el corazón. La búsqueda de bienestar y comodidad generalmente nos lleva a refugiarnos en un rincón de la vida donde los conflictos sean mínimos y entonces tenemos miedo de salir de ese refugio. Este temor a la vida, este temor a la lucha y a las nuevas experiencias mata en nosotros el espíritu de aventura. Toda la educación que hemos recibido hace que nos de miedo ser diferentes a los demás, o pensar de manera distinta a la establecida por la sociedad y basada en un falso respeto a la autoridad y a la tradición.

En ese marco el maestro indio se pregunta: ¿Cuál es el significado de la vida? ¿Para qué vivimos y bregamos? De su larga exposición rescatamos parte de su preclaro pensamiento: "Si se nos educa simplemente para lograr honores, alcanzar una buena posición, o ser más eficientes, o para poder tener mayor dominio sobre los demás, entonces nuestras vidas estarán vacías y carecerán de profundidad. Si se nos educa sólo para que seamos científicos, eruditos aferrados a los libros, o especialistas adictos al conocimiento, entonces estaremos contribuyendo a la destrucción y a la desdicha del mundo. Puede que seamos muy instruidos, pero si nuestro pensamiento y sentimiento no están íntimamente integrados, nuestras vidas resultan incompletas, contradictorias y atormentadas por incontables temores; y mientras la educación no cultive una visión integral de la vida, tendrá muy poca significación”. También subraya su elevada pluma que "la educación no consiste en adiestrar la mente. El adiestramiento nos hace personas eficientes, pero no seres humanos completos. Una mente a la que se ha adiestrado sin más es una continuación del pasado, y no está en condiciones de descubrir lo nuevo. Por eso, para averiguar en qué consiste la verdadera educación, tenemos que examinar el significado de la vida en su totalidad. Para la mayor parte de nosotros, el significado de la vida como un todo no es de primordial importancia; nuestra educación pone su énfasis en los valores secundarios, y hace así de nosotros eruditos, pero solo de alguna rama concreta del saber. Aunque el saber y la eficiencia sean necesarios, el acentuar su importancia a expensas de todo lo demás sólo nos lleva al conflicto y a la confusión”. Para Krishnamurti el hombre ignorante no es el iletrado, sino el que no se conoce a sí mismo; y el hombre instruido es ignorante cuando pone toda su confianza en que los libros, el conocimiento y la autoridad externa le aportarán comprensión. La educación, así pues, en su verdadero sentido, es la comprensión de uno mismo, ya que dentro de cada uno de nosotros está reunida la totalidad de la existencia. Actualmente llamamos educación a la mera acumulación de datos y conocimientos extraídos de los libros, lo cual está al alcance de cualquiera que sepa leer. Una educación de este tipo es una sutil evasión de la realidad de lo que somos, y, como toda huida, inevitablemente acrecienta nuestra desdicha.