A 50 años de la carta escrita por un abogado británico para pedir la libertad de presos políticos, Amnistía Internacional celebra su aniversario a partir de hoy con eventos a desarrollarse en más de 60 países de todas las regiones del mundo.

Amnistía nació con un principio muy simple. “Una persona de lo más normal se sienta en una casa de lo más normal y escribe una carta de lo más normal a un dictador, al que le tiene sin cuidado”, como lo describió el periodista de la BBC John Tusa.

Sin embargo, esa idea simple, sencilla, se tradujo en un trabajo de titanes que rápidamente comenzó a tener efecto. El grupo con sede en Londres ha escrito millones de cartas y ha tenido resonados éxitos.

La puesta en libertad de la líder de la oposición birmana Aung San Suu Kyi o la concesión del Premio Nobel de la Paz al disidente chino Liu Xiaobo el año pasado son algunos de los hechos en que Amnistía tuvo influencia.

Los dos ejemplos ejercieron una enorme presión sobre los poderosos del mundo, gracias a los trabajos de lobby y las persistentes campañas de opinión pública.

“En los años 50, desde que Amnistía Internacional nació para proteger los derechos de las personas en prisión por su orientación pacífica, hubo una revolución de los derechos humanos”, afirma el secretario general de la organización, Salil Shetty.

Cuando el abogado británico Peter Benenson publicó un domingo de la primavera de 1961 un artículo en el diario “Observer”, no podía ni imaginar lo que iba a desencadenar.

Por casualidad supo del destino de dos estudiantes de Portugal que fueron encarcelados por levantar sus copas por la libertad. Benenson se indignó tanto por esta injusticia que encendió una vela por ambos en la Trafalgar Square londinense. La vela, rodeada de alambre de púas, sigue siendo hoy el símbolo de AI.
El abogado llamaba en el artículo a hacer algo contra la injusticia.

“Sólo hay que hojear un periódico para toparse con una información de alguien encerrado, torturado o ejecutado porque su opinión o su religión no le gustan al gobierno”, señaló.

“Cada vez, al lector le invade una opresora sensación de impotencia. Pero si ese sentimiento de abominación en todo el mundo pudiera concentrarse en una acción conjunta, podría hacerse algo efectivo”, destacó.

Ese llamamiento en el “Observer”, publicado el 28 de mayo de 1961 bajo el título de “Los presos olvidados”, desencadenó un efecto que Benenson nunca hubiera creído posible. De esa airada carta nació un movimiento mundial que lucha por los derechos humanos.

Tres años después de su fundación, los miembros de Amnistía exigían en miles de cartas a los poderosos de todo el mundo la puesta en libertad de más de 700 prisioneros políticos. Y lograron que 140 salieran de la cárcel. En 1970 se produjeron 2.000 liberaciones.

Ese principio fundacional se ha mantenido igual: la mayor cantidad de gente posible escribe la mayor cantidad de cartas posibles a los violadores de los derechos humanos hasta que algo cambie. Gobiernos desde EEUU hasta Irán, de Israel hasta China alaban o desaprueban el movimiento, en función de cómo se vean afectados por sus informes.

Desde China, Corea del Norte o Rusia se alega que Amnistía es occidental. Pero también en Europa, donde los gobiernos expulsan a los refugiados a países en crisis, se teme a la organización.
Con el paso de los años aumentaron también sus ambiciones: la lucha contra la tortura entró en su agenda, y después contra la pena de muerte.

El empuje de las potencias económicas emergentes en Latinoamérica y Asia, pero sobre todo la primavera árabe de los últimos meses, todos son retos nuevos, que probablemente darán mucho y muy duro trabajo a Amnistía Internacional por otros 50 años.