Cuenta amenamente Félix Luna como fue el nacimiento de la célebre "Misa Criolla", allá por septiembre de 1964, fruto de la amistad que tenía con el músico-compositor Ariel Ramírez. Este último lo llamó por teléfono diciéndole que estaba componiendo una misa "con aires criollos+, siguiendo las nuevas normativas de la Iglesia Católica, que estimulaba musicalizar los temas litúrgicos. En esos mismos días y para completar el disco faltaban otros temas. Esto motivó que en prácticamente en una noche ambos artistas o escritores compusieran la genial "Navidad Nuestra+, que también fue un éxito. Estas líneas se relacionan con la ejecución que se realizó días atrás, en el Vaticano, de la mencionada composición, que si bien no es la primera vez que se ejecuta en la Santa Sede, tiene la significatividad de ser ejecutada como estreno, con la presencia de un Pontífice latinoamericano y argentino.

Me hizo feliz y me emocionó observar y escuchar este particular acto religioso colmado de esa aura criolla, era como si esa "patria grande+, y en particular la nuestra, con todo su bagaje cultural y sus diversos matices étnicos, se hubieran instaurado en la célebre Basílica de San Pedro. La letra evangélica, las voces, el coro y el sonido producido por instrumentos tan nuestros, resonaron en esas paredes milenarias, colmando el ritual de una religiosidad insuperable. En este evento, que no puede pasar inadvertido, se conjugan varios componentes culturales, que manifiestan el pulso que el Papa Francisco le quiere imprimir a su pontificado.

El tema de que se celebrara esta misa en relación a la aparición de la Virgen de Guadalupe al aborigen Juan Diego, en México, en diciembre de 1531, no es menor. Latinoamérica es poseedora de un catolicismo mariano por excelencia, y lo demuestra la cantidad de santuarios de María que se erigieron, muchos de ellos fruto de un proceso sincrético. No fue casual que este Papa asistiera, en su visita a Brasil, al templo de la Virgen Aparecida.

Otro punto inédito de este acto religioso fueron los símbolos religiosos que allí se exteriorizaron. Todos ellos congregados en el interior de la antigua basílica, emblema del catolicismo. La gran imagen guadalupana, con todos sus atributos y la bandera denominada wiphala, simbolizando con sus siete colores, las diferentes etnias de la zona andina, son emblemas de latinidad. Igualmente es notorio el conocimiento que tiene el Papa Francisco -de hecho los jesuitas se caracterizan por su vasta ilustración- de antropología religiosa, pues habló en su homilía de la "preciosidad de la piedad popular+, esto es la religiosidad popular inmanente a la idiosincrasia de nuestro continente.

Esto se relaciona con otro vocablo que pronunció, es el "ethos americano de los pueblos, que se muestra en la conciencia y en la dignidad de la persona humana, en la pasión por la justicia, en la solidaridad con los pobres y sufrientes y en la esperanza a veces contra toda esperanza+. Cabe decir que este vocablo, tan bien utilizado hace también referencia, según el antropólogo Clifford Geertz, a "el tono, el carácter, y la calidad de su vida, su estilo moral y estético y su cosmovisión+ que posee un pueblo.

Por último la oración pronunciada en la lengua náhuatl es otro hecho original. Se trata nada menos de la lengua indígena más documentada de toda nuestra América, cuya herencia la comparan los filólogos con las más importantes del mundo occidental europeo. Esto no es sólo un recordatorio histórico a la lengua que hablaba Juan Diego, es un homenaje y reconocimiento a las culturas originarias.

(*) Magister en Historia.