Tiene 76 años y sigue trabajando como en sus años mozos. Él es Ernesto Suárez y su pasión por el Teatro siempre pudo más, desde aquellos viejos tiempos en los que en cada festival se enfrentaba "arte con arte" con Oscar Kummel, el maestro de maestros sanjuanino, fallecido el 14 de septiembre de 2012: San Juan vs. Mendoza, era la batalla más atractiva de estos certámenes. Mañana, a las 22 (ver aparte); el mendocino subirá por primera vez al escenario que lleva el nombre de Kummel, a quien conoció también por una amistad en común: "El Bachi Buttini", otra figura reconocida de la vecina ciudad, que murió en 2009. Suárez viene a montar su unipersonal Lágrimas y Risas, y se conmovió al recordar al "amigo querido", como dijo a DIARIO DE CUYO, con una nostalgia contenida.
Cuando eran jóvenes, Oscar y Ernesto entablaron una sólida amistad y hasta compartían el mismo seudónimo, porque ambos siempre fueron los "Flaco" del ruedo. Incluso al competir al frente de sus propios elencos y cuando sus duelos eran considerados como el clásico Boca vs. River de la escena, ellos se reían de todo eso y en cambio se reunían a soñar por un teatro mejor.
– ¿Lo emociona pisar las tablas del Teatro Kummel?
– Llego al lugar de mi amigo querido, un tipo que quise mucho, un gran valor. Y, ahora, tenemos salas los dos: a mí, me homenajearon poniéndole mi nombre a la sala principal del Complejo Le Parc y él tiene la suya allá. ¡Pero después de muerto se la dieron al Flaco! ¡Paradojas del destino!
– ¿Qué le parece este hecho?
– Se siente un poco de bronca que su homenaje le viniera después que murió, él merecía un teatro desde muy joven porque era un gran laburante. Se merecía una sala. Kummel laburó como una bestia para mantener viva esa llamita del teatro en San Juan y siempre solo, no habían más grupos; era él quien continuó y continuó para dejar un semillero. En San Juan, casi todos fueron alumnos de Oscar y en Mendoza, casi todos pasaron por mí, por no decir todos…Yo tuve la suerte que le pusieran mi nombre a una sala en el Complejo Le Parc, tener un espacio con una cooperativa y hasta un espacio de trabajo en Ecuador donde estuve exiliado y me entregaron el premio mayor Vicente Roca Fuerte hace 2 meses, además de recibir el premio Domingo F. Sarmiento en Buenos Aires y ser nombrado Embajador de la Cultura y Ciudadano Ilustre en Mendoza y me viene justo porque lustré zapatos cuando niño (risas).
– ¿Cree que se le quedó debiendo un reconocimiento al maestro sanjuanino?
– ¡Nunca lo reconocieron! ¡Y qué laburante que era…!
– Su competencias en los festivales eran las más esperadas…
– Pero más que competir, compartimos. Oscar era una persona muy linda.
– ¿San Juan qué representa para usted?
– Hace 4 años que no iba. Me acuerdo que cuando niño me llevaban cerca de la Equina Colorada donde vivía una tía. Y mis amigos sanjuaninos son espectaculares, tengo un buen recuerdo.
– Y retorna a relatar su vida vinculada al arte…
– Sí, es divertida esta obra porque relata lo absurda que fue toda mi vida, desde que llegué al teatro de casualidad, en adelante.
– Proviniendo de una familia humilde, ¿cómo descubrió que quería dedicarse a esta disciplina?
– Creo que las cosas te eligen a vos, no vos a las cosas…
– ¿Pero cómo se convirtió en actor?
– Tenía 24 años, por seguir a una rubia muy bonita me metí en un ensayo y me enamoré de ambos.
– ¿Y de ahí en más…?
– Seguí con las dos cosas hasta que me separé de la rubia, pero del teatro no me divorcié nunca.
– Cuando usted le dijo a sus padres su decisión. ¿Cuál fue la reacción de ellos?
– Mi padre no existió nunca, se borró de mi familia mucho tiempo antes y mi madre me dijo que hiciera lo que quisiera, era una mujer muy amplia. Ella falleció cuando estuve en el exilio, ese es uno de los temas que hace llorar al público cuando lo cuento.
– ¿Qué lo obligó a exiliarse?
– Eran los tiempos de la Dictadura. Me fui a los 34 años a Ecuador donde estuve hasta el ’83, y de mis 4 hermanos, la mayoría me estaban esperando para morirse después, pero todavía me queda uno. Yo soy uno de los menores.
– ¿Por qué lo persiguieron?
– Era director de la Escuela de Teatro y nos perseguían porque salíamos a la calle a actuar en los bares y en las cárceles, mi pecado fue ese, no militaba. Me fui con Arístides Vargas, que empezó conmigo y se quedó allá. Cuando me fui habían 5 elencos y, ahora, hay 42.
– Y cuando volvió, se casó y fue papá…
– Ya me casé cuatro veces, pero mi vida privada es un desorden. Tengo dos hijas: Laurita, que se dedicó al Teatro y en Colombia trabajó en la novela Betty, la Fea; y Ana, la menor, que escribe.
– ¿Está satisfecho?
– Viví una vida intensa que me llevó por caminos que me encantaron. Recorrí América y la sigo recorriendo, hice la película El camino de la Paz, donde soy protagonista con Rodrigo de la Serna y nos hicimos muy amigos, tanto que hace poco estuvo unos días en casa. También voy a filmar para La Novia del Desierto, en la Difunta Correa -NdR: coproducción argentina chilena de las directoras y guionistas, Valeria Pivato y Cecilia Atán que eligieron San Juan para algunas locaciones-.
– ¿Qué es lo que no haría nuevamente?
– Volvería a hacer todo de vuelta. No estoy arrepentido de nada, quizás de algunas separaciones porque perdí algunas compañeras que eran buena gente y mi pasión me hizo alejarme o viajar y no pensar en nadie, fui un poco egoísta en eso. Vivo por el teatro y del teatro, que es lo que les enseño a mis alumnos porque debe ser una pasión rentable.
Dato
Risas y lágrimas arriba a San Juan el sábado a las 22, al Teatro Oscar Kummel (Mendoza Sur 2773, Villa Krause). El precio de la entrada es de $80. El teatrero llega luego de recorrer el país, Ecuador, Colombia y España, formar parte de festivales internacionales y dar funciones gratis en cárceles y lugares marginales de manera gratuita, desde hace 12 años. En esta pieza, Ernesto mezcla su historia y su profesión con anécdotas y cuentos de autores latinoamericanos como García Márquez y Darío Fo, entre otros. Previo a esto dictará un taller que ya tiene su cupo completo sobre Creación Colectiva para la realización de Teatro Comunitario.