Israel se prepara para perder a su mayor y casi solo aliado en el mundo árabe con la previsible salida del poder del presidente egipcio, Hosni Mubarak, que abre un período de incertidumbre en el Estado judío y en Oriente Medio.
Junto a Jordania, Egipto es el único estado árabe que reconoce a Israel, donde el relevo de Mubarak es visto con temor por el riesgo de que conduzca a la llegada de un régimen islamista en el país que es el principal interlocutor de su entorno geográfico.
Un alto funcionario israelí, que pidió el anonimato, no descartó que el caso egipcio sea diferente pero anotó que en otros procesos revolucionarios iniciados con revueltas populares el sector radical terminó por imponerse al moderado. Se remitió a la revoluciones francesa, rusa e iraní. Subrayó que en la región hay ejemplos de regímenes islamistas moderados que han llegado al poder de manera democrática, como el turco, que mantiene relaciones tensas con el Estado judío pero que no supone un peligro directo para Israel. Los islamistas de Turquía no están en la lista de proscritos de la comunidad internacional.
No obstante, el caso de Turquía no es extrapolable al de Egipto en la medida en que es un país donde el peso de las clases medias es mayor y se ha producido una evolución política gradual en un marco institucional relativamente estable. En Egipto será más difícil aunque no imposible que se instaure la democracia. El problema no sería que los musulmanes egipcios lleguen al poder democráticamente. Si respetan el acuerdo de paz con Israel, no será un problema, pero sería detonante que una vez en el poder no respeten la democracia y rompan el acuerdo de paz con Israel.
Otro ejemplo de régimen islamista que llegó al gobierno democráticamente, es el de Hamas y un gobierno islamista en El Cairo podría propiciar una mayor influencia iraní en Gaza, que comparte fronteras con Egipto e Israel y bajo control del movimiento islamista palestino, que no ha abandonado la lucha armada contra el Estado judío.
En el Mundo Árabe existen experiencias democráticas pero siempre han sido cuestionadas y nunca han acabado en éxito por tratarse solo de tímidos intentos, como en Jordania y Marruecos, contar con cortapisas en el sistema de representación, como en El Líbano, o permanecer vigiladas y bajo el control de fuerzas extranjeras, como en Irak y Palestina.
Existe otro precedente, el de Argelia, donde el triunfo islamista en la democracia condujo a un regreso a la autocracia. La novedad es que el actual proceso revolucionario ha nacido sin ninguna de esas condiciones previas, en el seno del pueblo, de forma espontánea, sin manejos interiores ni exteriores, y es una ocasión de oro para que el mundo árabe estrene democracia, a secas.