Resultado de una serie de medidas que desalientan a veces a la producción y a las exportaciones, como viene ocurriendo con diversos insumos básicos, se observa ahora escasez de aceite comestible común debido a las restricciones impuestas por los productores en sus despachos, lo que obliga a supermercados y minoristas en general a racionalizar las ventas. La caída de los subsidios nacionales a los molinos aceiteros y la negativa oficial para que aumenten los precios de venta al público, es lo que se refleja en las góndolas, según afirman en el sector.
Se trata del mismo desabastecimiento de artículos de primera necesidad, como el azúcar y la harina, entregados a cuentagotas y todavía sin normalizarse a pesar de que los valores superan los 7 pesos el kilo, en el primer caso, en los supermercados sanjuaninos, que excepcionalmente venden cinco unidades por cliente. En harina de cuatro ceros, la suba fue del 100% en lo que va del año.
El problema del aceite comestible es más complejo que el del azúcar y la harina, porque no tiene sustitutos y las alternativas son prohibitivas para la economía del hogar. Por ejemplo, esta semana en una conocida firma local que vende aceite suelto, no tenían mezcla, de girasol, ni de maní, es decir los más solicitados, pero sí de oliva a 20 pesos el litro, o tres veces más en promedio, que el aceite de consumo masivo. Por otra parte, en las góndolas, se aprecian faltantes notorios de aceites de primeras marcas y, si quedan, son las de mayor precio.
Como ocurre ante estos faltantes, las autoridades nacionales niegan que exista desabastecimiento del producto, sino mayor capacidad de consumo, u otra "sensación” colectiva como es la escasez de combustibles y hasta de la propia inflación.