Estela Martínez preparaba entusiasmada a los 63 años la primera exposición de su vida. Nada más, ni nada menos, tendría la oportunidad de mostrarse en el Museo de Bellas Artes Franklin Rawson. Y con esto, cumpliría el sueño de todo pintor, aunque para ella significaba mucho más aún ya que había empezado "de grande" a darse el gusto por lo que podía crear con sus pinceles.

Pero cinco días antes de dar su primer paso en esa gran vidriera, se enfermó. Que el tratamiento por pólipos, que los remedios, que el cigarrillo, que una incipiente pulmonía, que las defensas del organismo cada vez más indefensas, eran algunos de los argumentos propios o ajenos para explicar la situación que la mantenía internada. Lo que siguió fue tan rápido como inesperado. En pocas horas, Estela, la misma que desplegaba jovialidad tanto en la tela blanca como en el escenario de cualquier teatro, decidió no vivir más. Murió. De todos modos, la muestra de cuadros que estaba a punto de colgarse, se inauguró tal como estaba previsto el 3 de octubre y, por decisión de sus hijos, como si Estela estuviese presente.

En definitiva, eso es lo que ella quería.

Sin embargo, con la exposición en pie, no termina esta historia de vocación, de amor puro y, en definitiva, de celebración de la vida y agradecimiento.

Es que sus hijas, Melina, Luciana y Emilce (ya que Luis, el único varón de la familia, vive en España) decidieron ponerle color a la idea con que había nacido la exposición misma, cuando el curador -el artista plástico Alberto Sánchez Maratta- les había sugerido a las autoras de los cuadros hacer un mural en conjunto, cada una con sus técnicas y con sus ideas, mientras transcurriera la muestra. Sería el modo de conocerse -ya que no habían tenido esa oportunidad hasta el momento- y de "encontrarse" en el arte, cosa que de antemano habían resuelto según lo que podía verse en sus propuestas con muchos puntos en común. Hasta que el destino quiso que Carolina Segovia falleciera a principios de mayo de este año. Entonces la idea fue hacer esta pintura compartida, que ocupa una de las paredes principales de la sala destinada a artistas sanjuaninos dentro del Museo de Bellas Artes, en su memoria. Luego sucedió, el 29 de septiembre pasado, el deceso de Estela y entonces, la obra adquirió otro significado: el de estas hijas -vinculadas de una u otra manera al arte ya que la mayor es abogada (pero no ejerce la profesión), actriz y estudiante; la del medio es artista visual y actriz, mientras que la menor es psicóloga y se anima también a pintar aunque más no sea macetas de barro- que hacen algo en nombre de su madre. Una especie de homenaje. Una manera de mantener viva su esencia como artista y como mamá. En definitiva, lo que Estela querría.

"Pintar junto a Elina Lucero, que es la otra protagonista de la muestra, es para nosotras un hecho natural, es seguir los pasos de nuestra mamá. De hecho estamos trabajando el mural con sus pinturas, usando sus pinceles, e inclusive, haciendo lo mismo que ella haría, sin bocetar ni planificar ningún trazo, sino hacer lo que salga en el momento. Ella seguramente estará feliz con este mural y eso nos hace transcurrir este momento de mucho dolor de un modo más esperanzador. De hecho, lo hacemos motivadas con una frase de Julius Fucik que ella se apropió y que dice: "he vivido por la alegría, por la alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que la tristeza nunca sea unida a mi nombre". Así era Estela Martínez y así es como quiso que todos la recuerden", cuentan Melina y Luciana, entre pincelada y pincelada de la obra que lleva por nombre "In memoran C.S.”, y que recién estará totalmente terminada para el 7 de diciembre, cuando culmine la exposición. Mientras tanto y en sus ratos libres, ellas avanzan desde el costado izquierdo de la pared blanca al mismo tiempo que Elina Lucero, lo hace por la derecha. Habrá un punto en que se encontrarán ambas pinturas. Y así entonces habrán logrado seguramente una de las obras más importante de sus vidas.

Alguien especial


Estela, según la describen sus hijas, siempre fue una mujer disciplinada, predispuesta, autoexigente, expeditiva y fundamentalmente muy inteligente. Basta saber para corroborarlo que a su regreso de Estados Unidos, donde fue de intercambio con 16 años en 1969 y tras volver a rendir las materias para terminar el secundario en la Escuela Normal Sarmiento, hizo todo lo que estaba al alcance de sus manos para poder rendir como postulante para la nueva oficina en el ámbito del Estado. Aunque no existían en ese entonces las computadoras y ella no tenía mayores conocimientos del tema, fue, se capacitó y se ganó un lugar en el Centro de Cómputos, donde priorizaban los conocimientos de los ingenieros, pero ella, sin título alguno, tuvo su puesto de trabajo. Esto solía contarlo con un toque de humor, otra de las cualidades que la caracterizaban.

Así el Centro de Cómputos fue su trabajo hasta que hace menos de un año se jubiló. De hecho solo había dejado su puesto por 5 años, tiempo en el que fue a probar suerte a España, donde también se volvió a casar, por segunda vez.

Pero la pasión terminó y Estela volvió a San Juan. Y ese tiempo fue un renacer, resumen las chicas Assandri Martínez.

En esta etapa de la vida, se encontró libre y por eso seguramente, se dio el tiempo para hacer esa materia pendiente, para revivir lo que probablemente llevaba en su propia sangre, herencia de su papá, el reconocido poeta Rufino Martínez (fue el primer Director de Cultura de la provincia en 1959 y también el primer Director del Auditorio Juan Victoria) y por supuesto de su mamá, Rosa Such, también pintora.

Recién en el 2009 se inscribió en su primer taller de teatro de la mano de Rosita Yunes y su primer y casi único taller de pintura con Karla Mena. Las dos cosas a la vez, como para darse todos los gustos juntos. Y vaya si lo logró.

"A partir de entonces no dejó de pintar ni de actuar. Tenía asistencia perfecta a los ensayos de teatro y participó en muchísimas obras del elenco Teatro Universitario. Y como pintora ella misma se decía que estaba medio loca porque a diferencia del resto, le gustaba pintar de noche con la luz del foco y hacer autorretratos para no andar molestando a la gente para que le posara y así evitarse la presión de que no le gustaran los resultados. Hizo muchísimos cuadros en poco tiempo y muchos de ellos regaló. Su método de trabajar era "el que fluya” la inspiración, como ella misma decía que dejaba que el Espíritu Santo guiara su mano. Otra de sus debilidades era pintar piedras para aprovechar los restos de acrílico que le quedaba en la paleta. Las piedras pintadas como runas eran su sello. Y las entregaba con mucho cariño a quien se las pidiera. Todo esto es lo que nos dejó para siempre", resumen una historia de vida compartida con una mujer que a esta altura de las circunstancias no sólo era su colega y compinche (Melina, Luciana y Estela actuaron por primera y única juntas en agosto pasado en la obra "Lobo … estás?"), la mamá llena de consejos y abrazos cariños, sino también esa amiga con la que gustaban de ir a tomar un café después de ver una obra de teatro o una exposición de pintura.