�Sábado a la noche. Cerca de las 23. Bien tarde para los horarios que se manejan acá, en Francia. Hora de volver del estadio de Tourcoing hasta Lillie, donde está el bunker de DIARIO DE CUYO. Pensar en un taxi casi que no se puede, porque los taxis sólo aceptan pedidos hechos por los hoteles. Y, de conseguirlos, prepararse para pagar cifras increíbles. Entonces, a esa horario ya sin el Metro (subte), sólo una vía de traslado: el tranvía. Ese que se mueve hasta la medianoche y cuyo boleto es más razonable. Eso sí, hay que aguantarse cosas increíbles y ver otras aún más raras.
Vagones prácticamente vacíos en Tourcoing, justo donde es el nacer del recorrido. Sólo una mujer extraña. Que pide fuego para prender un cigarrillo que ella misma acaba de armar. Con una latita de cerveza en la otra mano, intercambia una pitada profunda del “armado” con un trago de cerveza. Tiene la mirada perdida. Está arruinada, aunque pareciera no tener más de 30 años. Justo en el momento que ella elige irse a otro vagón vacío buscando una tranquilidad salvadora, en la siguiente estación, entran dos pibes gritones. El de raza negra es extrovertido al máximo. El otro lo observa y aplaude. En ese momento entra una chica menor de 20 años. Muy bien vestida. Preparada para el sábado de fiesta.Y ella, rubia, linda, sólo escribe mensajitos por celular. Hasta que se le acerca el pibe moreno. Y los dos empiezan una conversación al parecer interesante para ellos, porque del francés bien cerrado que hablan, no se entiende nada.
Ya por la sexta estación (son quince para llegar a Lillie) en el otro vagón entran cuatro hombres. Todos tienen más de 30 años. Son dos parejas bien formadas. Tanto que mientras unos conversan tomados de la mano, los otros se acarician. Nada, absolutamente nada raro, para quienes entran después. Se viene la estación Tourcoing y hay que bajar. ¿Sorprendido? Tal vez sí, pero más que todo, admirado. Igual que a la noche siguiente, cuando el viaje dominguero es en plena soledad. Allá, en el último vagón un jovencito dormido. Tan dormido que llama la atención del conductor de la movilidad, aunque luego de acercarse a él constata que sólo tiene una borrachera. Está claro que acá, en Francia, se vive de otra manera. Muy distinta a la de San Juan.