El gobierno venezolano que dirige Nicolás Maduro sigue dando señales controvertidas a más de una semana de que Hugo Chávez llegó (¿será verdad?) a Caracas desde La Habana para seguir con su tratamiento, como si la transparencia no fuera obligación de la gestión pública.
Maduro dijo que se reunió por cinco horas con Chávez quien por escrito le habría dado indicaciones y tomado decisiones en materia económica, política y militar; el ministro de Información, Ernesto Villegas, expresó que Chávez está teniendo mayores complicaciones respiratorias, pero que soporta mejor el tratamiento del cáncer (como si se tratara de dos dolencias sin relación); mientras tanto, el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, dijo durante una conferencia sobre América latina, que esta semana se sabrá si Chávez estará en condiciones de seguir gobernando.
El hecho de que todavía nadie vio a Chávez, excepto por unas fotos de dudosa credibilidad, y de que tampoco habló, ha aumentado los rumores de que no está recuperado y que la decisión del Supremo Tribunal de Justicia de permitir la continuidad del gobierno, pese a su inhabilitación de hecho, es una simple puesta en escena. La idea siempre fue prolongar un régimen, que sin el líder máximo, se encuentra totalmente dividido, para darle la oportunidad de reagruparse y estar mejor preparado antes de entrar a un muy próximo proceso electoral.
Si algo le faltaba a este gobierno para mostrarse autoritario y sin signos de respeto por las instituciones democráticas, era demostrar que podía gobernar a oscuras. Como todo régimen autoritario y personalista -así ha pasado en la historia con todos los demás, desde Perón a Fujimori o del derechista dictador Pinochet al izquierdista general Velasco- sabe que si no se aferra al poder, seguro tendrá que enfrentar a la Justicia en el próximo gobierno. Por ahora el chavismo está ganando tiempo, pero le llegará la hora de tener que sincerarse.
Raúl: es una broma ¿verdad?
Nunca uno puede salir del asombro cuando se trata del régimen cubano y de los hermanos Castro. Lejos de hacer un anuncio sobre una posible transición democrática a futuro, para acomodarse a una América homogénea que emergió en los "80 con la irrupción de la democracia, el presidente Raúl Castro hizo un anuncio como si se tratara de una dádiva al mundo: gobernará sólo por cinco años más.
La prensa -hasta la de Miami- trató con total objetividad y naturalidad el anuncio de Raúl Castro y uno no sabe si se trata de una formalidad, de una broma de mal gusto o de puro sarcasmo para contrarrestar el cinismo de la familia gobernante de Cuba. Raúl anunció que dejaría en 2018 la presidencia y dejó a Miguel Díaz-Canel, de 52 años, como el ungido para sucederlo (¿alguna coincidencia con el binomio Chávez-Maduro?), que para cuando le toque asumir -si es que no se descarrila- el régimen habrá cumplido con 60 años ininterrumpidos de dictadura, salpicada por unas elecciones cerradas en las que solo se elige a diputados, miembros del partido y autoridades autónomas que tengan la venia de los hermanos Castro.
Raúl calificó la elección de Díaz-Canel de "’trascendencia histórica” para que el liderazgo gobernante se mueva de una forma "’paulatina y ordenada”. Obviamente, una forma muy elegante de decir que la dictadura cubana no tiene intención alguna de dejar el poder o comenzar con una etapa de apertura política en la isla. El hecho de que haya dicho que quiere limitar a los altos funcionarios a que solo puedan servir por dos términos de cinco años, así como la edad máxima -que deberá establecerse en la Constitución- revela el cinismo con en el que el régimen sigue enquistado y burlándose de medio mundo.