Se hizo el silencio y una voz temblorosa confirmó lo inevitable: ha muerto Juancito. Los incrédulos pegados a la vieja Spica comenzaron a salir a las calles con los ojos desbordados a transmitirles a otros tantos la noticia, como si al decirlo hubiesen podido creerlo ¡Ha muerto Juancito, ha muerto Juancito Gálvez!

Era el 3 de marzo de 1963, un domingo de hace cincuenta años. Juan Gálvez, Juancito, o simplemente "Cito”, había nacido a la sombra de su hermano Oscar. Bien lo podía describir el valsecito, era caballero de fina estampa. Introvertido, prolijo y serio, taciturno y preciso, con un bigote fino que le enmarcaba una sonrisa esquiva. A diferencia del "Aguilucho”, no tenía carisma de ídolo. No era explosivo en sus gestos ni declaraciones. Sin embargo supo ganarse el cariño por su humildad, la humildad de los inteligentes y la inteligencia de los humildes. Tenía como máximas cualidades el método, una mente calculadora, amplios conocimientos mecánicos y toda la garra del que sólo corre para ganar.

Juan Gálvez es Turismo de Carretera por excelencia. Corrió 144 veces y ganó 59. Fue y aún es el más grande. El que más carreras ganó en todo el historial de la categoría con nueve títulos: del ’49 al ’52, del ’55 al ’58 y en el ’60, además de cinco grandes premios. Así, en 1957, los polvorientos caminos jachalleros lo vieron correr tras la victoria.

Había comenzado como acompañante de Oscar, pero un hecho fortuito lo puso en el camino de la gloria como piloto. El Automóvil Club de Brasil había invitado al ganador argentino de 1940, Fangio, pero el ACA decidió aumentar las chances con dos representantes argentinos. Así se les brindó a los Gálvez el apoyo en esta empresa y sobrevino la decisión heroica. Ambos hermanos no podían viajar descuidando su taller de La Paternal, única fuente de trabajo. Correrían una carrera cada uno para no desatender totalmente sus obligaciones. Debutó entonces Juan Gálvez como piloto en la Mil Millas de 1941, con Ford, y como inicio no estuvo nada mal, fue segundo de Fangio.

Era un formidable mecánico, una condición fundamental que, sumado al talento para conducir, lo hacía un verdadero genio en las rutas. Se enorgullecía en silencio de poder cambiar en 21 minutos un puente trasero o en 42 cambiar las bielas del Ford.

Con el paso inexorable del tiempo, las cosas cambiaron. Los circuitos se hicieron más cortos y, en consecuencia, sus principales armas: eficiencia, equilibrio, conocimientos e improvisación mecánica para resolver problemas en competencia, pasaron a un segundo plano. Las carreras eran cada vez más de velocidad pura, sin la posibilidad de arreglar y luego poder recuperar.

Con 47 años sobre sus espaldas, comenzó la campaña del "63 en el clásico de Olavarría. Los pagos de su más enconados rivales, Dante y Torcuato Emiliozzi. Debido a las lluvias del día anterior, el camino estaba como a Juan le gustaba, complicado. Al primer paso por el control, los "gringos” Emiliozzi iban delante. Al entrar al Camino de los Chilenos, en la primera curva el Ford se le fue un poco, pero Juan logró acomodarlo. Enseguida se encontró con la otra S y derrapó otra vez, casi totalmente atravesado en el camino. La cola del auto golpeó la banquina y dio al menos cinco tumbos en 70 metros. Piloto y copiloto salieron despedidos. Juan no usaba cinturón de seguridad por miedo a morir quemado apresado en la máquina.

Los aviones que colaboraban en la transmisión de las emisoras porteñas, en arriesgada maniobra, se lanzaron al campo y acudieron en auxilio. Ya era tarde. No se veía sangre pero las graves lesiones en el cráneo y en diversos órganos apretados y golpeados, habían extinguido la vida del extraordinario señor de las carreteras argentinas. El destino quiso que el 3 de marzo de 1963 aquel hombre que manejaba como los dioses, peinado a la gomina, mirada penetrante, amigo y gran tipo, se fuera para siempre de una manera trágica.

Había dicho como al pasar: "Si alguna vez hay que morir, quiero morir siendo lo que soy”. Así lo había hecho para que por los tiempos de los tiempos, se siga recordando y los abuelos puedan contarles a sus nietos las hazañas de un Juancito que todavía es invencible.