Desde Roosevelt hasta Clinton o de la Alianza para el Progreso de Kennedy a la Estrategia de Seguridad Nacional antiterrorista de Bush, las tácticas para la promoción de la democracia tuvieron matices diferentes según la época y el contexto, siempre guiadas por el pragmatismo estadounidense para defender sus intereses y mantener el liderazgo.

Esa estrategia consistió, muchas veces, en asistencia humanitaria, formación electoral y empoderamiento de la sociedad civil. Otras veces, la promoción no fue más que imposición, mediante intervenciones militares, presiones económicas y operaciones encubiertas de la CIA para apoyar golpes de Estado o a gobiernos amigos. Así, desde el exterior, la promoción de la democracia, no se vio como la aspiración de un país para inculcar libertad y libre mercado, sino como la intervención de una potencia extranjera para implantar gobiernos que defendieran sus intereses estratégicos. Irak es evidencia cercana.

Todas estas estrategias tradicionales de la diplomacia estadounidense tuvieron poco o relativo éxito. Tal vez por esa realidad, Obama prefirió mirar hacia adentro, enfocarse en la perfección de la democracia propia, consciente de que el buen ejemplo puede ser un agente de mercadeo más barato y eficiente.

En su mensaje inaugural, pese a que no abandonó la lucha anti terrorista ni el apoyo a las "’democracias en todas partes”, Obama se alejó de las perspectivas patrioteras de sus predecesores. Se enfocó en las obligaciones internas más que en las externas, tanto del gobierno como de sus ciudadanos. Habló de sanear la economía, de procurar más trabajos y prosperidad, de ampliar la clase media y de continuar con los sueños incumplidos de Abraham Lincoln y de Martin Luther King, para que toda persona sea igual y tenga las mismas posibilidades, sin diferencias respecto a su origen migratorio, color de piel u orientación sexual.

Sin dudas el mensaje de Obama fue introspectivo, tan íntimo como aquellas palabras desafiantes de John Kennedy: "’No te preguntes que puede hacer tu país por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país”. Por eso cuando llamó a la paz, a continuar bregando por la seguridad y a responder a la amenaza del calentamiento global, no lo hizo echando culpas hacia los de afuera, al terrorismo u a otros gobiernos enemigos como en el pasado. Lo hizo con sentido de autocrítica, pidiendo a todos los estadounidenses a trabajar unidos.

Pidió mayor compromiso ante un camino de prosperidad, igualdad y felicidad que consideró incompleto. Pidió más conciencia para evitar tragedias como la de Newtown, así como para desarrollar energías renovables; pidió mayor innovación tecnológica y más maestros de matemáticas; y adjudicó a la libertad, como regalo de Dios, y a la iniciativa privada, el carácter de la nación.

Obama acertó en este nuevo enfoque de responsabilidad interior. Pero también sabe que son muchas las obligaciones que le caben al gobierno para mejorar la democracia, ya que con cuatro años a cuestas, no tiene margen para seguir adjudicando todos los males a su antecesor. La cárcel de Guantánamo, las denuncias sobre tortura en la lucha contra el terrorismo, el contrabando de armas, la epidemia de la drogadicción, los derechos de los inmigrantes, la poca transparencia en el manejo de información gubernamental o la persecución contra quienes filtran la información, son temas a resolver antes de que se transformen en manchas de su legado.

El discurso de Obama apuesta a que la disciplina y la prosperidad internas pueden ser las mejores embajadoras de la democracia.