El incidente del avión militar de Estados Unidos demorado en Ezeiza, que según las autoridades argentinas contenía "carga sensitiva" no declarada para el dictado de un curso de entrenamiento policial en el país, derivó en un serio conflicto diplomático.
El canciller Héctor Timerman, además del poco arte diplomático demostrado en sus declaraciones públicas o en redes sociales, pareciera exteriorizar su malestar contra Washington, ya que Barack Obama no visitará a nuestro país en su próxima gira en América latina, pero sí a Brasil y Chile. En realidad, tendría que cuestionarse sobre la eficacia de su gestión diplomática en vez de demostrar una actitud poco madura en la que se involucra a las relaciones exteriores de nuestro país.
El canciller le entregó a la embajada norteamericana una nota de protesta, exigió pedido de disculpas, advirtió que no devolverá el material incautado y le pidió al gobierno estadounidense que colabore en la investigación. El gobierno argentino tiene un doble discurso con los Estados Unidos. Mientras el Ministerio de Seguridad firma un tratado de cooperación con ese país para el entrenamiento de la Policía Federal, el Ministerio de Relaciones Exteriores se alarma de la situación. Resulta preocupante que el asombro por el contenido de las valijas del avión norteamericano no hubiera sido el mismo con la tonelada de cocaína cargada en Morón y despachada desde Ezeiza con destino a España sin control alguno.
Para Estados Unidos, nuestro país cada vez es menos importante. Con gestos y altercados como los de estos días, la irrelevancia se acentuará. En aquella nación, se respetan las instituciones, y éstas allí tienen memoria. No resulta fácil olvidar que la última vez que vino un presidente estadounidense aquí, fue el 4 de noviembre de 2005, cuando George W. Bush llegó para participar de la Cumbre de las Américas. En esa ocasión fue maltratado por el ex presidente Néstor Kirchner y sus pares Hugo Chávez y Evo Morales. Casi siempre que la Argentina respondió airadamente frente a un trato injusto, los costos superaron a los beneficios.
Es tiempo de reconocer que la política exterior argentina necesita manejar sus cuestiones con la virtud propia de la diplomacia: la prudencia. El tema se podría haber manejado a plena satisfacción de ambas partes para evitar este necio altercado diplomático.