Los adelantos de la medicina registrados en la últimas décadas han ocasionado un considerable aumento en el promedio de vida de hombres y mujeres. Este incremento de la longevidad obliga a un replanteo en distintos niveles: desde el punto de vista médico, no solo hay que atender a las enfermedades propias de la edad, sino mejorar las condiciones generales de vida de los ancianos. Eso que en un aparente juego de palabras se define como "Dar más vida a los años y no más años a la vida”.

Afortunadamente residencias geriátricas hay muchas, aunque no todas gozan de excelencia, donde los ancianos puedan vivir dignamente cuando ya no puedan valerse por sí mismos. Estas instituciones se han convertido en el sustituto de las familias de antes, en las que convivían juntas hasta tres generaciones, cuando el viejo patriarca era cuidado, respetado y venerado. Hoy muchos ancianos plantean un agudo problemas familiar cuando quedan solos o imposibilitados. A menudo la exigüidad de la vivienda moderna impide que vayan a vivir con los hijos, pero aunque esto no ocurra la convivencia con un anciano -por encima de todas las consideraciones afectivas- supone una carga en materia de atención y cuidados que no todas las familias, por motivos económicos, de tiempo o problemas de origen generacional están en condiciones de asumir. En ese sentido las mujeres se valen mucho más por sí mismas que los hombres.

También es cierto que en ocasiones las hermanas se disputan la tenencia de la abuela revalorizada por razones de trabajo ya que se le puede dejar el cuidado del o los chicos. Pero si la moderna geriatría produjo el milagro de ancianos que puedan jugar a la canasta o tomar un té con sus amigas los fines de semana, también es cierto que hay quienes imposibilitados de hacerlo por enfermedades crónicas requieren un cuidado especial que la familia no siempre puede brindar. En este caso sería preferible el ingreso a una residencia geriátrica donde contará sus anécdotas, que la propia familia ya conoce de memoria y que no siempre escucha con paciencia. Y, lo que es más importante, no se sienten una carga o interferencia en la vida de los más jóvenes.

En esas condiciones pueden vivirse horas quizás no relativamente felices, pero por lo menos tranquilos porque en estos hogares también se les enseña a vivir cotidianamente con alegría puesto que la vejez debe ser una etapa más de su larga existencia en una sinfonía cósmica en que la vida canta con el corazón oculto de lo que fue, pero también de lo que es.

(*) Escritor.