Si uno le presta atención, a esa señora se le nota bien en el fondo alguna pequeña señal de la forma de hablar de los sanjuaninos. Imposible decir cuál, pero ese tono, ese ritmo de articular palabras, la delata.
Es que Sara Sanchez Rivas nació hace casi 58 años en calle Sarmiento, entre Moreno y Belgrano, en una familia de inmigrantes malagueños que buscaron un nueva vida en la postguerra y emprendieron viaje a San Juan atraídos por el llamado de otros familiares que lo habían hecho antes. Botón de muestra para el intercambio gigante entre estas dos regiones: la española que va de Almería hasta Málaga y sus alrededores, y la sanjuanina.
Sus padres manejaron una panadería en Trinidad durante 40 años, y ella se formó en el colegio El Tránsito. Se casó y volvió a la tierra de sus padres, hace ya 33 años, donde quiso la vida dejarla en un lugar político de relieve y le dio una especialización que más de uno debería apuntar si es que quiere sacarle al trabajo de la tierra un aporte extra que el que entregan cada año los sembrados: el turismo rural.
Lo dice Sara con todas las letras y se lo explicó a sus asombrados coterráneos: ver cómo se produce en el campo tiene un inmenso valor turístico que es muy importante aprovechar.
Y es que lo corrobora el campo de juego por donde uno quiera andar aquí en España: que las aceitunas de vaya a saber cuál antiquísimo establecimiento, que los quesos de tal monasterio, que los chorizos de tales tradiciones, que los jamones que preparan las familias de tal lado. Todo ese valor agregado surge de las extensiones rurales, igual que el valor de los sitios, los tours y los hoteles que aprovechan cada piedra para sacarle jugo al visitante.
No es un terreno donde se pueda competir en años: aquí se remontan a los romanos para mostrar métodos de producción de aceitunas y nosotros disponemos de sólo un puñado de siglos para mostrar antigüedades. Si, en potencialidades: las fantásticas fincas y espacios naturales sanjuaninos tienen hilo en el carretel como para no empalidecerse ante ninguno.
¿Y cómo lo hicieron ellos? Es Sara, esta sanjuanina que vuelve cada dos años a su tierra y que es concejala en la Mancumunidad de Municipios de la Costa del Sol (Axarquía, la parte rural contigua a las maravillosas playas de esta región que atrae magnates en yate de todo el mundo) una voz autorizada.
Porque esta sanjuanina es especialista en planificación turística y fue quien concretó la expansión en este lugar, donde para tener una idea hay inversiones hoteleras de casi 4 millones de euros en medio de la nada y son rentables estas construcciones de 4 estrellas que venden sus camas por internet a los viajeros globales.
Aunque parezca mentira, España también comenzó una reconstrucción de ruinas que hoy no se notan. Fue hace 25 años, cuando hubo que salir de las cenizas de la debacle política y no había una peseta disponible para algo que no fuera infraestructura de salud, educación o agua potable.
¿Cómo hacer entonces para que alguien se atreviera a invertir en hoteles? Fue la pregunta inicial para este actual paraíso de viajeros. Pues bien, primero hacerse de la idea, meterse en la cabeza que la mejor manera de desarrollarse era aprovechando todas las oportunidades disponibles. Y el turismo era una de ellas, está a la vista.
Esta comarca de municipios empezó por entender que el turismo permite complementar la renta agrícola. Que es una monedita más en el tarro, nada despreciable en tiempos de vacas flacas y de las gordas también.
¿Por qué? Porque los medios de producción, un arado del siglo pasado por ejemplo, es una señal de identidad de los pueblos agrícolas y el mundo está lleno de personas que quieren conocer estas historias. Indican que los pueblos agrícolas no son iguales a los industriales o los mineros, que tienen otros encantos.
Decidieron entonces emprender la ruta de mostrar su identidad. Por ejemplo, con una variedad de olivo que se llama verdial, es antigua y de poca producción, pero muy típica del lugar. Le dieron impulso entonces como un emblema. O con una denominación de orígen que puso en valor a la región, indicando a quien fuera o a quien compre que las cosas de allí son de unas características, siempre. O con el aguacate, como ellos llaman a la palta, con el que crearon un aceite y una crema y pidieron a cada dueño de restaurante que la incluyera en la carta.
Sara cuenta un ejemplo parecido en Argentina, donde ella trabajó. En Traslasierra, vieron cómo las familias que recolectan las hierbas finas que se venden en el comercio, se quedan con la parte más pequeña de la venta al público, sólo por no contar con un modo de encarar el negocio que les permitiera evitar que los acopiadores les compren a valores que fijan ellos mientras esperan sentados. Organización en común, la clave.
La función del político, para Sara, es ésa. Intervenir en la cadena de manera de provocarla para que surja y luego agregar valor a lo que produce la gente de la zona, con el turismo como una alternativa de oro. La razón es que lo que producen, se queda en la zona y beneficia a todos.
"Hace 25 años -cuenta- llevé a la zona de Axarquía a un periodista de un diario nacional que fue una bendición que viniera a ver para contar quiénes somos. Pero el problema fue que no había nada en el lugar, y debíamos parar en cada ayuntamiento (municipio) para que fuera al baño. Si viniera hoy, se encontrará que hay de todo: rutas, molinos, frutos de la tierra en los bares. Y baños", festeja.
¿Cómo fue que produjeron el cambio? Ya se ha dicho que no había un duro de subvención como las que luego fueron fluyendo hasta debajo de las piedras. Como no se podía financiar la construcción de hoteles, empezaron por más abajo. Organizaron a todos los productores de la zona para que pusieran los que pudieran una piecita a disposición de alojamiento para turismo rural. Y allí se fue haciendo la cadena, a fuerza de querer imitar a lo que les va bien. Y vinieron más, y más, y hasta que se puso la primera cadena de hoteles.
Un ejemplo de carne y hueso es Salvador Cabello, un fuerte empresario de Antequera dedicado a la construcción como enfoque principal, pero que un día decidió que iba a restaurar y destinar a turismo rural la casa de su padre, ubicada en una de las alturas del cerro El Torcal. Tan bien le fue que el paso siguiente fue invertir 3,5 millones de euros en un hotel en La Joya, donde se crió Salvador y se domina toda la zona hasta el mediterráneo y van de toda Europa a escuchar el silencio de la noche.
Torcal no es la Costa del Sol, donde opera Sara, pero sirve de ejemplo. Para redondear el cartón lleno del que habla esta sanjuanina: que la función de ellos es poner en valor los productos de la tierra.
Ella y todos aquí buscan algo que los diferencie, porque en la singularidad está el gusto. Para poner a disposición de los demás la historia propia, un insumo por el que se paga caro en el mercado mundial del turismo.
Esa fue la semilla. Luego vinieron los estímulos nacionales y hasta los europeos. Pero esa es otra historia.
Escuchaban asombrados a Sara una importante cantidad de productores de Pocito. Que saben muy bien cómo exprimir a fondo sus tierras para que entreguen lo máximo, pero piensan que hasta allí llegaron sus opciones.
Grata sorpresa. Salieron contando lo que tienen y lo que podrían hacer para extender su margen de acción y mejorar su rentabilidad.
También contenta se fue Sara de esta charla en Granada, por las vueltas de la vida. Más de 30 años después de haberse ido, haber servido para despertar el apetitito por el turismo rural a la gente de su querido San Juan.