La imagen del mundo en que vivimos ha sido cambiada por los arqueólogos. Llegaron a zonas desconocidas, abriéndose paso machete en mano, alcanzaron lugares inaccesibles: selvas vírgenes infectadas de insectos y alimañas. Subieron montañas buscando ruinas, santuarios de altura, o algún indicio o vestigio de la presencia humana en tiempos pretéritos. Trabajaron a pleno Sol, soportaron fuertes vientos apenas protegidos debajo de una tambaleante carpa. Pasaron largas horas tratando de reconstruir una pieza de cerámica a partir de pequeños fragmentos. Soportaron estoicamente calores, fríos, mosquitos, enfermedades, como también la incomprensión y enemistad de unos o la indiferencia de otros. Descubrieron piezas de enorme valor histórico, vasijas, momias, fragmentos óseos, restos de viviendas etc. o se instalaron durante semanas o meses en un mismo lugar para definir los lineamientos de una cultura o de un pueblo que existió lejano en el tiempo.
Hace poco más de 270 años, la existencia de Pompeya era conocida por un reducido número de personas, sólo un pequeño grupo elegido tenía referencias de los etruscos y de nombres como babilonios, asirios o caldeos. Actualmente disponemos de información acabada de las pirámides de Gizeh, de la Esfinge, de los rasgos del faraón Kefrén cuya antigüedad se remonta a 4.500 años atrás. En la actualidad sabemos que los primeros asentamientos como Catal Huyuk se construyeron hace más de 8.500 años. También hemos sabido que las pinturas de las cuevas de Altamira (España) y Lascaux-Dorona (Francia) debieron esperar más de 15.000 años para ser descubiertas. Fue precisamente el sufrido trabajo de los arqueólogos que hizo posible recrear culturas y pueblos antes ignorados revelándonos costumbres y misterios de su posiblemente dura existencia.
A Francisco Champollión le debemos la lectura de los jeroglíficos egipcios. Richard Lepsius, filólogo y arqueólogo alemán ordenó la evolución cronológica de la historia de Egipto. Arqueólogos como Sclieman, Carnayón, Mace, Carter, Callender, Lérici y su esposa, construyeron verdaderos paradigmas de esta disciplina. Pero más cercanos a nosotros, no debemos olvidar a Louis y Mary Leakey, Donald Johanson (uno de los más destacados paleontólogos del mundo) y muchos más consagrados a esta ciencia.
La arqueología pretende reconstruir lo destruido, intenta recrear la existencia de nuestros antepasados perdida en el tiempo. Alguien la llamó ”La ciencia de los comienzos”. Es trabajo de gabinete y de campo, y consiste en la investigación de los objetos materiales que nos dejaron las culturas del pasado. La información arqueológica constituye documentación histórica por derecho propio y no una mera aclaración de los textos escritos. A través de los años se comercializan copias de piezas arqueológicas y también originales practicando el contrabando. Pero una pieza de museo por más bien conservada que se encuentre, si es extraída de su entorno por manos inexpertas, es muda, su valor para la ciencia es relativo si quienes la han sacado no son conocedores de ese entorno. Wheller ha dicho: ”El arqueólogo no saca a la luz los objetos, lo que saca a la luz son seres humanos”.
En la búsqueda de respuestas debe acudir al auxilio de un conjunto muy amplio de disciplinas que podemos considerar conexas: la Geología, Filología, Antropología Humana, Antropología Física, Paleontología etc. Estas líneas llevan como propósito rendir un merecido homenaje a distinguidos profesionales de nuestro medio, fallecidos o no, que con su capacidad, esfuerzo y dedicación al estudio e investigación han permitido conocer aspectos de la vida humana en la prehistoria sanjuanina. Estos científicos que afortunadamente trabajan en nuestro medio, son orgullo no solamente para los sanjuaninos, sino para todos los argentinos. Como dijera Kurt Benesch: ”Los arqueólogos buscan restablecer el gran vínculo perdido. Y lo buscan en la imagen de una cultura acabada, en una ciencia que sobrevive a las creaciones del hombre. Buscan en medio de esos continuos cambios de modas y valores; se buscan a sí mismos en un pasado que pueden restaurar dentro de aquel ”orden de antes” con bases en las cosas que han encontrado. Cuando lo consiguen, sienten que también el mundo de ellos está en orden”.
(*) Escritor.