No había ninguna documentación de ningún tipo sobre el cerro del Toro. Los expedicionistas del Andino Mercedario creían que pasarían a la historia por ser los primeros en hacer cumbre en él (6.168 msnm). El 26 de enero de 1964 Erico y Antonio fueron los primeros en llegar. Pero la historia sería otra. “Al llegar a la cima del cerro del Toro, sentí el místico recogimiento de quien entra en una iglesia, percibí alrededor la misma paz; tuve deseos de rezar, y despacio murmuré: ‘Dios… Señor’. Y supe, antes de verlo, que él estaba allí. Avanzamos 50 pasos más y vimos al borde de un pequeño lomo una pirca rectangular. Su lado norte, de algunos metros de largo y de tal vez 40 o 50 centímetros de alto, se destacaba neto contra el cielo. “¡Sabía que aquí hallaríamos algo!”, exclamó Groch, y apurando el paso se adelantó un poco… y se paró al lado de un círculo formado por nueve gruesas piedras, en cuyo centro se destacaba una cosa blanca… ‘Parece una calavera’ dijo Groch y probo levantarla. Con ambas manos tiré del objeto blanco, pero este permanecía firmemente pegado al suelo. Puse entonces las dos máquinas fotográficas que llevaba a un costado y removí las piedras del círculo, dejando visibles los hombros y dos rodillas que asomaban a ras del suelo. ‘¡Mire!, huesos…’. Me tiré de bruces para ver de cerca la calavera, y he aquí, a 30 centímetros, la cara de un indígena que me miraba con expresión dulce. Una tremenda sacudida me estremeció… ¿Dónde había yo visto antes esa cara? me resultaba vagamente familiar y sin embargo nunca había estado allí antes. Quise hablar y no pude. Al fin lloré. ‘¿Qué hay?’ preguntó Groch, impaciente. ¡Un indígena!, dije al fin”. (Antonio Beorchia Nigris / DIARIO DE CUYO).
Inmediatamente después al bajar y ya en Rodeo, Groch llamó por teléfono al museo para pedir a un par de especialistas más y Antonio a DIARIO DE CUYO para pedir fondos. Todo el mundo en 1964 pensaba que se trataba de una expedición de rescate. El 22 de febrero el Dr. Juan Schobinger, Roy Kirby (fotógrafo), Rogelio Diaz Costa (periodista), Bernardo Razquín (famoso climatólogo) y Antonio Lago se sumaron a la expedición de rescate que sería documentada, paso a paso.
Este grupo polifacético creía estar rescatando a un joven chaski (correo del imperio inca) de entre 17 a 20 años, caído en desgracia y momificado por las nieves de cerro del Toro. Un chaski emboscado y sepultado por una violenta tormenta de nieve. Para Dr. Schobinger (museo) todo indicaba que se trataba de un accidente. Para 1974 (10 años más tarde y médicos forense mediante – radiografías-) los investigadores habían concluido –sin ninguna duda – que se trataba de un crimen. Las marcas en el cuello eran concluyentes. Ya se habían encontrado otras momias en otros cerros pero los saqueadores no habían dejado mucho a los investigadores y todavía no se unían los cabos. 1896 Volcán Chachani, Arequipa / Perú, saqueado. 1922 Cerro Chuscha / Salta, Argentina, saqueado y vendido en el mercado negro. 1954 Cerro El Plomo / Chile Central; fue el primer hallazgo de este tipo en ser objeto de estudios. Con el tiempo fueron encontrados más y en 1985 el Dr. Juan Schobinger encontró al Niño del Aconcagua en Mendoza. Ya no se trataba de un episodio aislado sobre los 6.000 metros de altura, había otra historia ahí. Entre seis y siete años más tarde (1990) descubrirían que se trataba de un sacrificio. El chico del cerro del Toro escaló hasta su tumba por sus propios medios junto a sus verdugos sabiendo que aquel lugar sería su morada final.
Los incas realizaban sacrificios humanos en las montañas más altas del imperio, llamados "capacocha". Los niños y niñas elegidos eran sacrificados a los "apus" o dioses de las montañas. Los apus son espíritus protectores de las montañas. La palabra quechua apu significa "señor". Para los pueblos andinos, cada montaña tiene su propio espíritu, nombre y dominio. Los apus son montañas vivas que influyen en los ciclos vitales de la región que dominan. Los incas creían que los apus eran entidades divinas que regían el destino de los seres humanos. Los incas preparaban a los niños que elegían para sus sacrificios administrándoles alcohol y hojas de coca durante meses. Así lo revelaba una investigación de la universidad británica de Bradford. Tras estudiar tres momias de niños de más de 500 años, que fueron halladas en los Andes argentinos, los expertos llegaron a la conclusión de que el consumo de ambas sustancias era parte del ritual del sacrificio. Esto tenía no sólo un sentido espiritual, sino también práctico: volverlos más dóciles.
Más tarde María C. Ceruti, descubrió que Tanta Carhua, hija del cacique de Ocros, quien de acuerdo a lo registrado por el cronista Rodrigo Hernández Príncipe (España) documentaba (releídos en 1986 que datan de 1621), había sido sacrificada y enterrada en un monte caracterizado como mojón fronterizo de la expansión cuzqueña, a cambio de la reconfirmación de su padre en el cargo de curaca. Los curacas eran dirigentes étnicos incas que regulaban las funciones dentro del ayllu, la base de la organización andina. (Panorama de los santuarios inca de alta Montaña en Argentina / María Constanza Ceruti 2007). El niño del Toro no sólo podría haber sido sacrificado por una cuestión espiritual, sino también por cuestiones políticas; aún quedan muchas preguntas. ¿Quién fue? ¿Era inca o huarpe?
La momia del Cerro del Toro fue exhibida en museos de San Juan hasta el 3 de agosto de 2017, cuando el Consejo Superior de la UNSJ ratificó la decisión de dejar de hacerlo. La medida obedece a la necesidad de cumplir con la Ley Nacional 25.517, que establece que los cuerpos y los restos mortales de aborígenes que formen parte de museos y/o colecciones públicas o privadas, deberán ser puestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que los reclamen. La norma prevé que sean descendientes directos.
Que secretos nos tendrá guardados, ¿será un huarpe o un inca? Seguramente nos lo contará cuando le hagamos la pregunta correcta, antes de volver a su morada eterna entre las nieves.