La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de Estados Unidos autorizó la semana pasada las vacunas mejoradas y recomendó su aplicación a todas las personas mayores de seis meses. Esta actualización de la vacuna contra el COVID-19 tiene como objetivo principal fortalecer las defensas frente a la nueva variante Omicron KP.2, justo antes de que comience la temporada alta de enfermedades respiratorias en el hemisferio norte.
Esta autorización en Estados Unidos podría ser seguida por la aprobación de las agencias reguladoras de otros países en los próximos meses, extendiendo así su disponibilidad.

Aunque muchas personas han dejado de prestarle atención a la enfermedad, los casos están en aumento en Estados Unidos, especialmente con la llegada del otoño boreal, lo que podría acelerar su propagación. Está claro que el COVID-19 ya no representa la amenaza devastadora de 2020 y 2021, los expertos subrayan que sigue siendo una infección respiratoria peligrosa, particularmente para los adultos mayores y personas con comorbilidades, como obesidad y diabetes. Según explican los especialistas, la vacunación masiva ha sido clave para cambiar el curso de la pandemia, ya que ha mejorado la capacidad del cuerpo humano para enfrentar el virus gracias a la inmunización o a infecciones previas.

Como ejemplo de los altos niveles de infección por el SARS-CoV-2 en Estados Unidos, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) informaron que existen niveles “altos” o, en ocasiones, “muy altos”, de COVID-19 en las aguas residuales y estiman que el 2,5% de la población del país está infectada. Los eventos masivos, como ocurrió con la Convención Nacional Demócrata que se llevó a cabo durante la semana pasada, fue un acontecimiento de masivo contagio de la enfermedad.
Según Michael Osterholm, epidemiólogo y director del Centro de Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota, “uno de los desafíos actuales es que la gente no se va a vacunar”. Esta es una situación que enfrentan todos los países desde que el virus comenzó a percibirse como algo que no implica consecuencias importantes, a pesar de la persistencia del virus y del riesgo del COVID prolongado. La mayoría de las personas “no entienden realmente qué está pasando, ni cuál es el riesgo para ellos” en relación con la enfermedad, comentó el experto.

Este es un fenómeno global, ya que a nivel mundial, de acuerdo con el registro de Our World in Data, el pico máximo de vacunación en todos los países se produjo en junio de 2021 con 5.241,20 dosis por millón de personas y desde entonces ha variado, aunque siempre en decrecimiento, hasta agosto de este año, cuando se registró un nivel de vacunación de menos de 0,01 dosis por millón de personas.

Así, el decreciente entusiasmo por las vacunas, condiciona el fortalecimiento del sistema inmune de las personas. En especial en Estados Unidos las creencias erróneas de la población están influyendo en esta situación. Según una encuesta reciente del Centro de Políticas Públicas Annenberg, el 22,5% de los adultos y el 14,4% de los niños recibieron la vacuna actualizada contra el COVID-19 el año pasado, no obstante, la percepción equivocada sobre la seguridad de la infección en comparación con la vacuna ha aumentado, ya que más del 20% de los estadounidenses cree que es más seguro contraer la enfermedad que vacunarse, un incremento considerable respecto del 10% registrado en abril de 2021.

Por supuesto que los niveles de hospitalizaciones y muertes han caído desde 2021, cuando se produjo el pico de la crisis sanitaria, y en esto tuvo mérito la vacunación, pero continúa siendo un virus peligroso para los adultos mayores y las personas inmunocomprometidas. “No hay duda de que esto es mejor que en 2020 o 2021, pero eso no significa que sea aceptable o suficientemente bueno”, dijo el Dr. Jerome Adams, ex cirujano general de Estados Unidos.

La aprobó las nuevas vacunas de Moderna y Pfizer para combatir el COVID-19, destinadas a enfrentar una variante específica del virus denominada KP.2, perteneciente a la cepa Ómicron. La autorización llegó en un contexto donde la variante predominante es ahora KP.3.1.1, que representa el 37% de los casos recientes, según datos de los CDC, pero ambas variantes provienen del linaje JN.1.