Ex guerrillera y dueña de un temperamento explosivo, Dilma Rouseff gana terreno en su plan de suceder a Luiz Inácio Lula da Silva en la presidencia de Brasil. Por eso, la candidata presidencial del oficialismo recurre a varias herramientas -cirugías estéticas incluidas- para suavizar su figura de "Dama de Hierro" y seducir a un electorado que el próximo 3 de octubre deberá decidir quien será el próximo gobernante de Brasil.
Además de la fuerza que transmite, por una historia personal que demuestra su firmeza, Rouseff deja asombrados a más de uno por su enorme capacidad de trabajo en un puesto para nada sencillo: es la jefa de Gabinete del presidente Lula, una labor tan agotadora como participar en "un rally París-Dakar todos los días", dice ella misma.
La funcionaria, que hasta llegó a humillar a ministros en reuniones, gana terreno en las intenciones de voto frente a su principal contendor, el gobernador del estado de Sao Paulo, José Serra, quien sin embargo sigue a la cabeza.
A mediados de marzo, el apoyo para Serra del opositor Partido de la Social Democracia Brasileña cayó a 35 por ciento, comparado con el 36 por ciento del mes pasado en una encuesta de opinión similar realizada por la firma Ibope.
Pero Rousseff obtuvo un 30 por ciento de las preferencias, por encima del 25 por ciento logrado en la encuesta de febrero.
Cinco puntos de diferencia hay entre Serra y Rouseff, quien en 1970 fuera sometida a 22 días de torturas tras ser arrestada por ser miembro de la resistencia contra la dictadura militar.
Pese a que aprendió a manejar el fusil y a fabricar explosivos, no participó directamente en ninguna operación armada. Pero estuvo estrechamente vinculada con el célebre robo en Río de Janeiro, en julio de 1969, de 2,5 millones de dólares de la caja fuerte del ama de llaves de un ex gobernador.
Hoy es, sin lugar a dudas, la persona más influyente en el aparato gobernante, después del propio Lula. Rouseff, que en 1986 ingresó al Partido de los Trabajadores de Lula, entró al Gobierno en 2003 como ministra de Energía, una palabra que marcó su vida a cada paso. Al punto de ser conocida en Brasil como la "Dama de Hierro": el mismo apodo de Margaret Thatcher, la dura primera ministra británica, entre 1979 y 1990.
Madre de una hija, Rouseff (62 años) se interesa por estudios de historia y mitología griega. Disfruta de escuchar ópera y es una buena conocedora de la música popular brasileña. Es hija de un abogado comunista de origen búlgaro: un intelectual que le transmitió el gusto por la lectura y los cigarrillos.
Admiradora de Jean-Paul Sartre, los guerrilleros vietnamitas y Fidel Castro, Dilma está haciendo un curso acelerado de formación preelectoral. Acompaña con frecuencia al presidente en muchas actividades oficiales, comparte el estrado con él, mientras otorga entrevistas a los medios.
En Brasil, paraíso de la cirugía estética, Dilma cambió de rostro. Unos cuantos cortes precisos de bisturí la rejuvenecieron diez años y suavizaron sus rasgos. Bajó diez kilos de peso, adoptó un peinado más moderno y reemplazó sus anteojos de miope por lentes de contacto. Cuida su maquillaje, sonríe más seguido y habla en público con palabras más sencillas.
Pero su vida se puso en blanco y negro cuando se enteró que tenía cáncer en el sistema linfático, enfermedad que admitió públicamente en abril de 2009. Aunque en septiembre los médicos que la trataron la consideraron completamente curada, el cáncer le juega una mala pasada al proyecto sucesorio de Lula.
Aunque existe 90 por ciento de posibilidades de bloquear el cáncer, según los médicos, los principales analistas del país aseguran que la ministra deberá menguar su ritmo de trabajo, su alta exposición pública y, por ende, su proyecto de candidatura. Pero su candidatura se mantiene. Nada cambia. "Dilma va a salir de ésta", asegura Lula.

