Por Pablo Rojas

A pesar de ocupar sólo el 2% de la tierra, las ciudades generan entre el 70% y el 80% de las emisiones de carbono. Y la tendencia a abandonar el campo y migrar a las grandes urbes, proceso que comenzó hace trescientos años en Europa y poco menos de cien en Argentina, se agudizará en los próximos cincuenta años a nivel global. Conflictos armados y crisis económicas están entre los primeros motivos de este éxodo, aunque el principal, según estiman los científicos, será la escasez de recursos naturales como agua dulce o suelos fértiles, o la desertificación lisa y llana de amplias zonas geográficas debido al desmonte y al uso excesivo de la agricultura no orgánica (la que se conoce actualmente, vaya paradoja, como “convencional”, la agricultura hija del Round Up).

Esta marcha a las ciudades parece inexorable. Los migrantes, empujados por la falta de oportunidades laborales en tierras que ni siquiera son de su propiedad, marcharán progresivamente, año a año, hacia ciudades que no siempre están preparadas incluso para sus actuales habitantes. Hacinamiento, infraestructura deficiente y contaminación es lo que les esperará a los futuros citadinos en las siguientes tres décadas, décadas todavía más contaminadas que la actual; décadas todavía más calientes que la que vivimos, y, definitivamente, según las proyecciones, más injustas y desiguales que ahora.

Siguiendo la huella

Tradicionalmente las emisiones de carbono se medían país por país, considerando principalmente los complejos industriales y otras actividades extractivas o productivas que emiten gases de efecto invernadero. Con estas mediciones, naciones como EEUU, Japón, Rusia y los países de Europa occidental encabezaban (y encabezan) las listas de países más contaminantes por motivos casi obvios, pues son países industrializados, pero nada decían del comportamiento de sus ciudadanos ni de sus patrones individuales de vida o consumo. Una fábrica emite toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, pero una comunidad, pongamos por caso un barrio suburbano, es también un hervidero de emisiones, a las que hay que sumarle la cadena extractiva, productiva, distributiva y de consumo de los bienes durables o perecederos que tal comunidad consume. Y luego hay que hablar del manejo de sus desechos: si estos son reciclados o no, arrojados a la intemperie, incinerados o si terminan contaminando el agua de ríos o mares.

La huella de carbono sigue toda la cadena: desde el gasoil del tractor en la finca hasta el plástico de la bandeja con choclos del súper. Y todo eso es información que al medir las emisiones país por país no es tenida en cuenta, básicamente porque actualmente las cadenas de suministros son multinacionales, globalizadas.

Por eso, los primeros estudios que redujeron la evaluación de la huella de carbono del nivel nacional al local revelaron las grandes diferencias en el perfil de consumo y emisiones de individuos, estratos socioeconómicos y grupos demográficos. Esto acercó la lupa en el mapa, evidenciando que no todos los países emiten carbono por igual, y que dentro de esos países el panorama se diversifica todavía más. Piensen, si no, en la propia configuración industrial de Argentina: un largo cordón que comienza en Rosario y termina en La Plata, pasando por todo el Conurbano, con esporádicos manchones en Córdoba, Tucumán y en menor medida Mendoza. Con esta concepción de “Tal país emite X toneladas de CO2 por año”, producto de las primeras investigaciones hace décadas, el problema quedaba en la órbita estatal, gubernamental; quedaba en manos de organizaciones o instituciones que debían lidiar con industriales y empresarios. El problema de las emisiones parecía ajeno a la población, que día a día miraba las chimeneas humeantes o los vertederos como propiedad privada, como algo fuera de su alcance. Un problema de todos, pero culpa de otros. (Un problema -hay que decirlo- que afectaba también a los propios trabajadores de esas fábricas).

Pero con el nuevo enfoque, el de la huella de carbono por distritos u hogares (incluso con la huella de carbono personal, como la que puede medirse en el Anchipurac luego de responder una encuesta), el problema pasa a una órbita más acotada, a un entorno personal, familiar, local; en otras palabras, comunitario. Pasa a ser un problema de todos, en donde la responsabilidad es, también, de todos. Ahora hablemos, finalmente, de la India.

Huella de carbono según distritos en la India.

Injusta y desigual

La India es, vista por la tele o por internet, un país abigarrado: su sociedad, todavía dividida en castas y en múltiples religiones, colorida de tanto Bollywood, se nos antoja sin embargo gris y contaminada, como una proyección metafórica, sinecdótica, de sus atiborradas calles sin semáforo ni orden alguno. La India es, además, un país superpoblado, contaminado por smog su aire y por bosta sagrada sus veredas, pero, sobre todo, es un país injusto y desigual. Mil trescientos millones de personas divididas en castas, clases sociales y religiones hacen de esta sociedad mitad milenaria y mitad británicovictoriana uno de los peores lugares del mundo para ser pobre, paria o mujer (ni hablar de ser las tres), pero también uno de los mejores países para ser rico, acomodado y hombre. Las razones se explican, fríamente, en el PBI indio y en sus ingresos per cápita, en sus exportaciones industriales, en su industria armamentística, biotecnológica y aeroespacial, y hasta en su arsenal nuclear. Lo que se dice, mil trescientos millones de personas tirando para el mismo lado, ¿no? No.

El estudio que dio pie a esta nota, titulado La escala y los impulsores de la huella de carbono en los hogares, las ciudades y las regiones de la India, habla muy a las claras de la diferencia que existe entre los hogares pobres y los ricos en este, para nosotros, exótico país de Apus y Rajs.

El sostenido crecimiento económico de la India, crecimiento rápido pero desigual, da como resultado un acentuado cambio en la distribución de la riqueza, el trabajo y las oportunidades sociales entre su población. El estudio cita una investigación de 2019, que encontró que el 10% más rico de la población india posee el 77% de la riqueza nacional total; mientras que el 73% está en manos del 1% más rico. Esta información fue importante a la hora de evaluar los patrones de consumo y su impacto pormenorizado en la huella de carbono india, ya que los análisis uniformes (los índices país por país) pasan por alto estas diferencias en cada hogar.

Es la vieja historia del promedio. Sólo que, en este caso, pagan pobres por ricos: las diferencias de poder adquisitivo no sólo se evidencian en el número de autos por hogar, la cantidad de aires acondicionados o calefactores y el tiempo que permanecen encendidos, también hay que considerar la cadena de producción de los electrodomésticos, la indumentaria, la comida, la salud y los artículos lujosos que los ricos pueden consumir y los pobres, obviamente, no. La huella de carbono debe seguirse desde el comienzo del camino, desde la fábrica china que provee de microondas a los acaudalados hogares de Nueva Delhi hasta el correo que se los lleva puerta a puerta; también hay que considerar de dónde se extrajo el petróleo para el combustible del delivery, qué componentes reciclables tiene el producto que entregará y hasta dónde será desechado luego, si en un basurero común al aire libre, si será tratado por una planta de reciclaje o si simplemente será compactado y tirado en algún país africano.

Es una cadena. Una cadena cuyos eslabones fuertes son, como se adelantó en las primeras líneas, siete veces más contaminantes que los eslabones pobres, los eslabones que ni tienen aire acondicionado. Es curioso que ese 10% que acapara el 77% de la riqueza emita siete veces más dióxido y monóxido de carbono que el 90% restante (¡el 90% de 1.300.000.000 de personas! Si eso no es desigualdad e injusticia, qué otra cosa puede serlo).

La vara subdesarrollada de la contaminación ya está fijada: la India, abanderada del tercer mundo, tiene una clase alta minoritaria con emisiones siete veces (lo repito con el número: 7 veces) más altas que la casi total y pobre mayoría.

Huella de carbono anual per cápita (en toneladas) según ingresos diarios (en dólares) en la India. Nótese cómo los rubros Alimento y Electricidad suponen más de la mitad del impacto en hogares pobres, mientras que en los hogares ricos el primer rubro casi no aumenta en relación al consumo eléctrico, que se dispara. Más de la mitad de las emisiones en los sectores ricos representan rubros tales como Bienes y Servicios o Salud (rubro inexistente en los primeros sectores).

 

Y para terminar

Las políticas y decisiones climáticas eficaces se basan en el conocimiento detallado de quién, dónde y qué influye en las emisiones de carbono dentro de los países. Estudios similares al de la India ya fueron realizados en los países desarrollados, pero son necesarios también en los países en desarrollo, como el nuestro, para tener una comprensión total del problema. Que se sepa cuánto emiten las personas ricas en comparación con las pobres es vital para saber dónde apuntar con los planes de mitigación de emisiones, pero también para hacer hincapié en que no sólo son responsables las fábricas o el ganado, sino el propio comportamiento de las personas; el propio patrón de consumo, que tiende a dejar una huella más profunda cuanto más rica sea una familia.

Lo positivo también de este tipo de estudios es queinvierte la carga de poder que las personas comunes, ricas o pobres, tenemos en la huella de carbono total. Al tomar consciencia de que actos o patrones de consumo elitistas atentan fuertemente contra el ambiente, es más fácil (menos difícil) empezar a cambiar el rumbo. Podemos empezar a plantearnos si es conveniente o no comprarle a las multinacionales que llenan de plásticos las calles y los océanos (cualquier multinacional de bebidas, por ejemplo);podemos comenzar a pensar en si es conveniente comer tanta carne o si las nuevas casas del IPV deberían pensarse como se pensó el Anchipurac, es decir, ecológicamente sustentables y amigables.

Tarde o temprano la toma de consciencia es posible, principalmente porque las clases medias y altas, las que mayor huella de carbono dejan, también acceden a mejor educación. Tarde o (esperemos) temprano la población conocerá finalmente cuál es su impacto en el medio ambiente tanto a nivel individual, comunitario, regional o nacional.La huella de carbono permitetomar dimensión del impacto personal de las emisiones, y ayuda a identificar los patrones de consumo y modos de vida más contaminantes, y pensar en consecuencia. En definitiva, permite que cada persona conozca cuánto CO2 emite y cómo contribuye al calentamiento global.Que en todas las secundarias se analicen estudios como el de la India, o que en todas las escuelas se enseñe (como en los 90’s se enseñaba sobre los CFC y la capa de ozono) que las emisiones de carbono pueden mitigarse si cambiamos de a poco nuestras costumbres diarias (más si son costumbres de ricos), a la larga podrá evitarse la catástrofe global a la que nos dirigimos simplemente (complejamente) cambiando los patrones de consumo. Quizás así, de paso, nuestros alumnos empiecen a pensar qué es esto de que un 10% acapare el 77% de la riqueza de un país.