La mañana del 12 de agosto de 2000, el submarino ruso de propulsión atómica K-141 Kursk, equipado con torpedos antibuque, misiles de crucero y 118 tripulantes a bordo, realizaba un ejercicio naval junto a la Flota del Norte en el mar de Barents, Océano Ártico. A las 8:51, hora local, emitió su última comunicación: "listos para disparar torpedos". A las 11:28, se produjo una explosión y quince segundos después tuvo lugar otra más grande que la primera y fue registrada por distintas estaciones sismográficas con una magnitud de 3,5° en la escala de Richter. A partir de ese momento se perdieron las comunicaciones con el submarino. 

El 14 de agosto la Armada rusa inspeccionó el exterior del submarino en el fondo del mar y la noticia se difundió por primera vez en los medios de comunicación. Al otro día se dieron los primeros intentos de rescate en medio de un gran hermetismo por parte del gobierno de Vladímir Putin y fracasaron debido a las condiciones climáticas.

Los familiares de los tripulantes empezaron a presionar públicamente por la suerte de sus seres queridos y el hecho trascendió a nivel mundial. Rusia decidió reconocer la magnitud de la tragedia y aceptó la ayuda internacional. El 21 de agosto, buzos noruegos descendieron en una campana de inmersión fijada al buque Seaway Egle e ingresaron al interior del Kursk, comprobaron, mediante una retransmisión televisiva, que todos habían fallecido. Una empresa especializada fue la encargada de reflotar los restos del submarino. Además, se recuperaron los cuerpos de 115 marineros.  

En un principio se dijo que casi todos habían perecido de forma instantánea tras las detonaciones, pero luego del rescate de cuatro cadáveres, el 26 de octubre de 2000, se encontró una carta en uno de los bolsillos del uniforme del teniente de navío Dmitry Kolesnikov. Ésta fue divulgada por la marina rusa y decía: "13.15. Todos los tripulantes de los compartimientos sexto, séptimo y octavo se trasladaron al noveno. Aquí nos encontramos 23 personas. Tomamos esta decisión como resultado de la avería.

Ninguno de nosotros puede subir a la superficie." y alcanzó a escribir algo más: "13.5… (no se aprecia claramente la última cifra de los minutos). “Escribo a ciegas…". Esto reveló que al menos 23 tripulantes sobrevivieron unas horas o quizá un día y perecieron esperando ser rescatados en una lucha contra el tiempo. Algunos de esos detalles sirvieron de inspiración para la película dirigida por el danés Thomas Vinterberg y estrenada en 2018: Kursk (Atrapados). 

CARTA de Dmitry Kolesnikov.

 

En cuanto a las causas de la tragedia hubo distintas teorías,  éstas hablaban de un ataque por parte de otra potencia, la colisión con otro buque o contra una mina submarina desplegada durante la Segunda Guerra Mundial. La investigación oficial concluyó que una soldadura defectuosa causó una fuga de peróxido de hidrógeno y esto provocó la primera detonación. Cuando el submarino tocó fondo, a 108 metros, el fuego hizo explotar otros torpedos, ocasionando la segunda explosión.

El gobierno ruso inició una investigación secreta  que concluyó más de dos años después y un resumen de ese informe fue publicado en el periódico oficial Rossíiskaya Gazeta, allí entre otras cosas se habla  de "pasmosa falta de disciplina, el equipamiento obsoleto y mal mantenido", "negligencia, incompetencia, y mala gestión", además de criticar la demora en el rescate.