La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, suspendida de sus funciones desde mayo pasado, se preparó ayer
para su comparecencia al Senado en el que se defenderá en persona en un último intento de evitar su inminente destitución este martes o miércoles en medio de la indiferencia de la sociedad basileña.
Dilma reiterará ante el ‘impeachment‘ (juicio político con fines de destitución), que es víctima de un golpe destinado a dejar en el gobierno a su vicepresidente, Michel Temer, en alianza con la antigua oposición.
Prácticamente sola, con apoyos escasos, casi testimoniales, por parte de los movimientos sociales que fueron uno de los pilares del Gobierno de su padrino político, Luiz Inácio Lula da Silva.
La constante erosión que ha sufrido la bancada parlamentaria que se mantiene fiel a Rousseff se ha visto replicada en las calles, donde las manifestaciones de apoyo han sido menguantes.
Un grupo de sindicatos, asociaciones estudiantiles y campesinas y otros movimientos de izquierdas han mantenido viva la llama de la resistencia contra lo que consideran un ‘golpe de Estado‘, pero el escaso respaldo popular les ha llevado a optar por actos en teatros de aforo reducido antes que protestas callejeras.
Hoy los movimientos sociales acompañarán a Rousseff en su llegada al Senado y preparan varios actos en otros puntos del país, aunque no esperan que sean multitudinarios.
Guilherme Boulos, líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST), explicó que la baja movilización popular se debe, en parte, a un ‘brutal ataque mediático‘ que se empeñó en dar legitimad ‘al proceso golpista‘. ‘Esto anestesió a una parte de la población que no entendió lo que está en juego, que es la pérdida de derechos‘, dijo este líder de los ‘sin techo‘. También hay que tener en cuenta que la popularidad de Rousseff estaba en picada debido a las medidas de austeridad que tomó al comienzo de su segundo mandato y que, de forma ‘evidente‘, la distanciaron de los movimientos sociales.
Su propia formación, el Partido de los Trabajadores (PT), ha hecho autocrítica y, en un documento firmado por su cúpula, reconoció que Rousseff cometió un error por haberse alejado de las ‘fuerzas progresistas‘ al aceptar ‘la agenda del gran capital‘ en aras de mantener una gobernabilidad.
El 12 de mayo, el día que Rousseff fue suspendida de sus funciones y se aprobó el inicio formal del juicio político por acusaciones de irregularidades fiscales -maquillar el presupuesto-, las calles estaban desiertas y en la recta final del ‘impeachment‘ la movilización ha sido casi nula, en parte a la sombra de los Juegos Olímpicos.
João Pedro Stédile, líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), la mayor asociación campesina de Brasil, reconoció que los movimientos sociales ‘no han conseguido motivar‘ a los trabajadores a protestar en las calles a pesar de que el nuevo Gobierno traiga bajo el brazo un ramillete de recortes sociales.
La suerte de la primera presidenta de Brasil está en manos de 81 senadores y si 54 de ellos, dos tercios de la Cámara Alta, votan a favor de su destitución, perderá el cargo. Se calculan 60 votos a favor de la destitución, que permitirán la asunción en Asamblea Legislativa para que Temer, ya como jefe de Estado, pueda viajar a China a hacer su estreno internacional en la cumbre del G-20.

