Ayer comenzó a probarse en la Universidad de Oxford los ensayos clínicos en humanos de una vacuna del coronavirus con la ambiciosa esperanza de que esté disponible antes de finales de año.
De los más de cien proyectos de investigación que se llevan a cabo en todo el mundo para encontrar una vacuna -la única forma posible de volver a la “normalidad” según Naciones Unidas-, ocho se encuentran actualmente en fase de ensayos clínicos, según la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres.
Este tipo de pruebas ya han comenzado en China y Estados Unidos y se espera que comiencen a finales de mes en Alemania, donde la autoridad federal a cargo de las vacunas dio luz verde el miércoles 22.
El proyecto de la Universidad de Oxford cuenta con un fuerte respaldo del gobierno británico: fue el ministro de Sanidad, Matt Hancock, quien anunció el comienzo de las pruebas en humanos.
En su primera etapa clínica, el ensayo realizado por el Instituto Jenner de la universidad de Oxford para evaluar la seguridad y la eficacia de la vacuna involucrará a 1.112 voluntarios: 551 recibirán una dosis de la potencial vacuna del covid-19 y otro tanto servirán como grupo de control al recibir sin saberlo un inyección sin producto activo.
Los diez participantes restantes recibirán dos dosis de la vacuna experimental, a cuatro semanas de intervalo. El equipo de la profesora Sarah Gilbert estima sus probabilidades éxito al 80% y en paralelo a la investigación prevé producir un millón de dosis hasta septiembre, para tener amplia disponibilidad antes de finales de año si se confirma su eficacia.
El principal consejero médico del gobierno de Boris Johnson, Chris Whitty, advirtió el miércoles que la probabilidad de obtener una vacuna o un tratamiento eficaz contra el covid-19 “dentro del próximo año es increíblemente baja”.
La vacuna que están desarrollando los investigadores de Oxford se basa en un adenovirus modificado que afecta a los chimpancés. “Genera una fuerte respuesta inmunológica con una sola dosis y no es un virus replicante”, por lo que “no puede causar una infección continua en el individuo vacunado”.
Esto la hace “más segura para los niños, los ancianos” y los pacientes con enfermedades subyacentes como la diabetes, explican los investigadores.