El Gobierno de Joe Biden ha elegido no hablar más de la "guerra contra el terrorismo", quiere mostrar que la dejó atrás con la retirada de Afganistán y, en cambio, prefiere volver a una política exterior más tradicional de rivalidad entre potencias, en este caso China y Rusia.

Hace solo unos días, en un discurso tras la retirada militar en el territorio afgano, Biden destacó: "Mi deber es defender la seguridad de Estados Unidos, no de las amenazas de 2001, sino de las amenazas de 2021. No hay nada que a Rusia y China le gustaría más que ver a Estados Unidos enterrado en otra década de guerra en Afganistán".

Una y otra vez desde que asumió la Presidencia identificó como sus principales preocupaciones ambas potencias mundiales, y no solo en términos de seguridad.

"Si pudiera hacer una predicción sería que vamos a vivir algo más parecido a una Guerra Fría 2.0 con un interés centrado en Rusia y China y quizás algunos conflictos ‘proxy’ vinculados. Seguirá habiendo ataques similares a los que hoy vemos con drones contra organizaciones islamistas, pero desde el Gobierno de (Barack) Obama vemos que se empezó a tratar de girar la política de seguridad nacional hacia el Pacífico, para enfrentar a China", aseguró Lisa Hajjar, líder del equipo que investiga los "Legados de la guerra contra el terrorismo" en el centro de pensamiento Security in Context, en Estados Unidos.

Arun Kundnani, investigador del departamento de Guerra y Pacificación del Instituto Transnacional, con sede en Países Bajos, coincidió en este análisis: "El miedo en Estados Unidos es que si no es mucho más agresivo en su respuesta a China -económica, política, militar y diplomáticamente-, va a perder su preeminencia. Lo que vemos, en concreto, es una negativa a aceptar un mundo en el que habrá múltiples grandes potencias que coexisten".

El análisis de la coyuntura internacional que hace Biden no solo se concentra en China y Rusia por ser dos potencias regionales que abiertamente disputan su liderazgo o, al menos, su credibilidad como líder mundial, sino que revela otro cambio importante en la escena global tras estos 20 años.

"Empíricamente hoy no vemos grupos extremistas que demuestren tener proyección u objetivos transnacionales. Hay una suerte de grupo de organizaciones que se hace llamar Al Qaeda, pero en realidad están mucho más enfocados en conflictos nacionales y sin dudas no tienen la ambición de lanzar unos atentados como los del 11-S", sostuvo Kundnani.

Pero el analista pidió no dar por muerto a este tipo de grupos radicales que sacudió a Washington y el mundo en 2001: "La búsqueda de una insurgencia islamista global que personificó Al Qaeda fue un producto del tipo de globalización que el mundo estaba experimentando en los años 90. En un mundo en el que la globalización sostenía que no había otra alternativa, su ambición era ofrecer una alternativa desde la idea de una comunidad transnacional islámica".

"Todavía estamos en un mundo que está profundamente interconectado con flujos de dinero, ideas y personas. No me parece que eso vaya a revertirse pronto. Por eso, mientras esta sea la realidad, todavía vamos a ver nuevos intentos de crear ideologías transnacionales alternativas, sea desde el islam o desde otro ámbito político, étnico o religioso. Es una consecuencia inevitable del tipo de mundo en el que vivimos", concluyó.