La matanza de hasta 1,5 millones de armenios a partir de 1915 por el Imperio Otomano, considerado el primer genocidio del siglo XX, estuvo a punto de borrar de la faz de la tierra a uno de los pueblos más antiguos de la Humanidad.
“¿Quién, después de todo, recuerda hoy el exterminio de los armenios?”, dijo Adolfo Hitler en agosto de 1939 al explicar sus planes de invasión de Polonia que dieron inicio a la Segunda Guerra Mundial.
Un cuarto de siglo antes, el Imperio Otomano, que se encontraba ya en pleno proceso de desintegración, se alió con Alemania en la Primera Guerra Mundial contra Inglaterra, Francia y Rusia.
Es en ese contexto histórico en el que tuvo lugar la aniquilación sistemática de la minoría armenia otomana, cuya población superaba los 2 millones, en lo que algunos historiadores consideran un preludio del Holocausto.
Los armenios, un pueblo cristiano con una historia milenaria mencionada en la Biblia, se habían convertido desde finales del siglo XIX en una minoría incómoda para las autoridades otomanas que intentaban reflotar el moribundo Estado.
Una meseta estratégica
La estratégica posición de la meseta de Armenia, alrededor de los lagos Seván y Van, en el Cáucaso, cruce de las rutas de las caravanas comerciales entre Oriente y Occidente, centró desde siempre el interés de los pueblos que la rodeaban, y fue conquistada sucesivamente por persas, macedonios, romanos, más tarde fue la dominación bizantina y luego la árabe.
Hacia mediados del siglo XI aparecieron en la región los selyúcidas, nómades mongoles del Asia Central, luego los tártaros y más tarde los turcomanos. Entre fines del siglo XVI y comienzos del XVII, la región Este de Armenia se convirtió en área de conflicto entre turcos otomanos, persas y rusos, quienes a partir de entonces empezaron a tener presencia en la geopolítica de la región.
El Imperio Otomano estaba integrado por poblaciones cristianas -armenios y griegos- y musulmanas -turcos, kurdos y árabes- y su sustento ideológico, basado en el otomanismo, reconocía la diversidad de minorías. Pero esta ideología fue reemplazada desde 1913 por el panturquismo o panturanismo, que sostenía la superioridad de la raza turca y proponía la unión de todos los pueblos turcos desde el Bósforo hasta China.
Un freno al Estado armenio
En julio de 1908, una revolución de apariencia liberal, encabezada por el partido laico “Comité de Unión y Progreso” (Ittihad), más conocido como el partido de los Jóvenes Turcos, desplazó al sultán Abdul Hamid (el sultán Rojo), que había ordenado entre 1894 y 1896 la matanza de miles de armenios en diferentes puntos del imperio, a un lugar simbólico.
Estas matanzas, producidas poco después de que el sultán debiera aceptar en el Tratado de San Stefano la independencia de Rumania, Serbia y Montenegro, y la semi independencia de Bulgaria, buscaban sembrar el terror y evitar a toda costa la creación de un Estado armenio, previsiblemente favorable a Rusia, al Este de su territorio, en la frontera turco-rusa.
La llegada de los Jóvenes Turcos produjo algo de esperanza entre los armenios, pero ésta duró hasta que en abril de 1909 estalló una segunda matanza organizada, primero en la ciudad de Adaná y luego en el resto de la provincia, donde asesinaron a unas 30.000 personas.
El punto de inflexión fue la derrota del Ejército otomano ante las tropas rusas en el Cáucaso en diciembre de 1914, cuando las autoridades otomanas acusaron directamente a los armenios de combatir en el bando enemigo.
Los armenios establecieron la fecha del comienzo del exterminio en 24 de abril de 1915, el día en que las autoridades otomanas detuvieron a 235 miembros de esta comunidad en Estambul (entonces Constantinopla), cifra que en los días siguientes ascendió a 600. Luego, una orden del gobierno central determinó la deportación de toda la población armenia, sin posibilidad de cargar los medios para la subsistencia.
Marchar hasta la muerte
La marcha forzada por cientos de kilómetros, atravesando zonas desérticas, desató la muerte de la mayor parte de los deportados, víctimas del hambre, la sed y las privaciones, mientras los pocos sobrevivientes eran robados y violados por bandas de asesinos y bandoleros.
Seguidamente, con la ayuda del Ejército y formaciones irregulares integradas por kurdos y otras minorías, cientos de miles de armenios fueron asesinados y deportados por suponer “una amenaza para la seguridad nacional”.
Los que no fueron fusilados o quemados vivos en establos en los disturbios escenificados por las propias autoridades, murieron en las largas travesías en caravana hacia los desiertos de Irak y Siria, en las que perecieron cientos de miles de ancianos, mujeres y niños.
Las autoridades otomanas crearon una red de 25 campos de concentración, donde los armenios perecieron de inanición, otras decenas de miles murieron al ser tiradas por la borda en el Mar Negro y tras ser inoculadas con diferentes virus.
El saldo mortal oscila entre el medio millón y el millón y medio de armenios masacrados entre 1915 y 1923. Lo seguro es que sólo sobrevivió una pequeña parte.
Como resultado del genocidio, nació la diáspora armenia, muy influyente en países como Estados Unidos, Francia o Argentina, mientras la actual Armenia logró su independencia tras la caída de la Unión Soviética en 1991.

