Michelle Bachelet, la primera mujer que ha gobernado Chile, entregará hoy el cargo con la amargura del terremoto que el pasado 27 de febrero devastó parte del país, pero sin ver menoscabada su popularidad ni las posibilidades de postularse a un nuevo mandato.
La conciencia popular contradijo a los analistas y expertos que vaticinaban un incierto futuro político a Bachelet tras las imágenes de saqueos y errores gubernamentales en el manejo de la crisis.
Al final de su mandato, un 84 por ciento de los chilenos aprueban la gestión de Bachelet, según una encuesta tomada después de la catástrofe por Adimark, una consultora vinculada a la derecha que midió mensualmente la popularidad de la mandataria desde que llegó a La Moneda (sede presidencial) en marzo de 2006.
El terremoto amargó su despedida. Pero, de acuerdo a las encuestas, el futuro de Bachelet sigue iluminado por una eventual candidatura y la elección para un nuevo mandato en cuatro años más. De hecho, en localidades arrasadas por el sismo podía verse a damnificados que lo habían perdido todo avivar a la mandataria, olvidando sus penurias.
El fervor popular sobrepasó a los analistas que, tras los errores frente a la crisis, presumían una muerte política de Michelle Bachelet, aunque, según recordó el analista Manuel Hidalgo, sólo la muerte física termina con la carrera de un político.
Bachelet ha dado muchas muestras de su capacidad para levantarse tras recibir golpes: al comenzar su gestión, en 2006, debió remar contra la corriente en un país donde pocos parecían tomarla en serio.
Cuatro años después, esta pediatra de 58 años parece haber despejado todas las incógnitas respecto de la presencia de una mujer en La Moneda, cuya aprobación, a mediados de 2007, no llegaba al 40 por ciento.
Su mandato partió resquebrajado por crisis heredadas, como la del Transantiago, el nuevo sistema de transporte público de la capital; casos de corrupción, como los dobles sueldos de altos cargos ministeriales, o los malos manejos en empresas estatales durante el Gobierno anterior.
Bachelet, que ya había mostrado su templanza durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), cuando fue encarcelada y torturada junto a su madre y sufrió la muerte de su padre, un general opositor al golpe de 1973, derribó un obstáculo tras otro y se asentó como una gobernante respetada y querida.
Una reforma social que incorporó a millones de chilenos hasta entonces marginados a beneficios estatales en seguridad social, salud, vivienda y educación y su presencia constante en cada ciudad, pueblo o villa del país para escuchar a la gente fueron sus herramientas.
Pensiones para las amas de casa, bonos acumulativos para las madres, vacaciones para los adultos mayores, la multiplicación de sala-cunas y jardines infantiles, de la alimentación escolar y becas estudiantiles y mejores viviendas sociales contribuyeron a su creciente popularidad.
Contribuyó además una política económica que, sin grandes cifras en los indicadores, se proyectó también hacia lo social, con medidas que contribuyeron a un reparto de la riqueza algo más equitativo, en un país que en 20 años cuadruplicó su producto.
Esa política le permitió manejar de manera ejemplar la última crisis internacional, gracias a recursos ahorrados por el alto precio del cobre y que le permitirán, incluso, legar a su sucesor 25.870 millones de dólares en reservas internacionales y un potencial de crecimiento de hasta un 5,5 por ciento para este año.
No es poco para quien, según afirmaba, concentraba "todos los pecados capitales" por ser mujer, socialista, separada y agnóstica, en un país donde el conservadurismo y el machismo están fuertemente arraigados.
En ese contexto, la primera presidenta de Chile saldrá de La Moneda con el dolor de la catástrofe, pero políticamente ilesa y con una gran posibilidad de proyectar una candidatura presidencial para 2014. La orfandad de liderazgos que después de 20 años en el Gobierno muestra la coalición de centroizquierda derrotada por Sebastián Piñera, fortalece esa posibilidad, según diversos analistas.
El terremoto pudo ser un revulsivo aciago para Bachelet, por factores como la ausencia de una oportuna alerta de tsunami o la demora en declarar el estado de excepción e instalar mandos militares en las zonas afectadas.
Un llamado a la comunidad internacional a enmarcar su ayuda en una lista de necesidades fue interpretado como una "arrogante" negativa a recibir auxilio.
Pero los chilenos pudieron ver a una Bachelet omnipresente en las zonas afectadas, dialogado con los damnificados y supervisando personalmente la distribución de ayuda, mientras ocultaba su propio dolor, de la pérdida de la hermana de su padre, Alicia Bachelet, fallecida de un infarto durante el terremoto.
La gestión de la primera mujer presidenta de Chile seguirá, seguramente, sometida al bisturí de los analistas. La incógnita, según Hidalgo, es si protagonizará más capítulos y si realmente los necesita para pasar a la historia como una genuina líder y no como una simple circunstancia.

