Un cuerpo suspendido en el aire, una caída abrupta, un silencio que corta la música como un cuchillo afilado. En la noche del jueves, Maxi Trusso, el dandy de voz grave y mirada melancólica, vivió uno de los momentos más inesperados de su carrera: se lanzó al vacío desde el escenario del Niceto Club, en pleno Palermo, y no hubo brazos que lo sostuvieran.

En las primeras horas del viernes, la noticia fue confirmada por su círculo íntimo: el músico de 53 años se encontraba estable en el hospital Rivadavia, a la espera de una cirugía. La fractura del fémur y de cadera fue diagnosticada con precisión, aunque su estado general no reviste gravedad. Desde allí, su pareja, Tracey Shanahan, habló en exclusiva con Teleshow: “Estoy con él ahora. Tiene que operarse”, aseguró, con voz firme, pero la emoción en vilo. Además, según una información a la que accedió este medio, el artista deberá continuar tras la intervención quirúrgica con una rehabilitación que llevará un mínimo de tres o cuatro meses.

El accidente trajo consigo una oleada de recuerdos. Porque Tracey no es solo su pareja. Es su aliada espiritual. La conoció en Italia, durante los días duros de la pandemia. “Y allá sí que no podías salir. No te digo que me quería suicidar, pero por ahí. Fueron momentos muy difíciles para mí”, había confesado Trusso a Infobae tiempo atrás. Allí, en Roma, donde aprendió de moda y de arte, en esas escapadas clandestinas “haciéndose la rata del Vaticano”, la vio por primera vez.

Tracey Shanahan, irlandesa, madre de Giovanni y Michel, es licenciada en Finanzas, pero sobre todo —como él la define— “una buena lectora del mundo”. Vivía al lado del local donde Maxi pasaba horas componiendo, buscando respuestas en el eco de las paredes y el café frío. Ella entraba, ayudaba a los chicos que trabajaban allí. No se buscaron. Se encontraron.

“Cada uno de nosotros sabía que debía recomenzar”, contó él. “Iniciar algo distinto”, destacó. Y lo hicieron. En medio de un mundo paralizado, entre mascarillas, toques de queda y miedo globalizado, tejieron un vínculo que ahora, en el corazón de Buenos Aires, vuelve a ser puesto a prueba. Tracey lo acompaña. Está con él en el hospital. No hay luces de colores ni guitarras. Solo un monitor, una camilla, y un futuro que exige paciencia.

Así fue la caída