Quizás la clave sea seguir los primeros minutos con atención, pero sin tratar de adivinar para qué lado girará la llave (ni lo intente, será en vano). Después, la misma película que arranca en tono de tragicomedia -a varios les provoca risas y es válido- lo subirá a una montaña rusa de la que no se podrá bajar hasta el final, algo más de intensa hora y media después, con la sonrisa borrada. Así es Parásitos, el film surcoreano firmado por Bong Joon Ho, que hoy llega a San Juan, en estreno nacional, con más de 100 premios en su haber, desde la Palma de oro de Cannes hasta Mejor Película extranjera en los Globos de Oro, pasando por Mejor Película de los SAG (el selectivo Sindicato de Actores de Hollywood), por citar sólo tres. Y todavía faltan los Oscar, donde puede hacer historia si, nominada a Mejor Película Extranjera -entre seis estatuillas a las que aspira- también se queda con el rubro Mejor Película, algo que ninguna foránea ha logrado… ¿hasta ahora? Veremos si Hollywood se deja doblar la muñeca por sus elogiados pares asiáticos, y para eso habrá que esperar hasta febrero. Mientras tanto, acomódese para ver una película que si bien tiene sus detractores (al fin y al cabo, no le puede gustar a todo el mundo), ha hilvanado con un pulgar hacia arriba la industria, a la crítica y a los cinéfilos. Y eso no es poco decir. Parásitos enfrenta y une a dos familias de clases sociales opuestas: Los Kim, desocupados que viven en un apestoso suburbio; y Los Park, dueños de una mansión donde conviven con sus dos hijos y sus sirvientes. El muchacho de los Kim consigue un trabajo en la casa de la acaudalada, algo ingenua y estructurada familia Park, a la que empezarán a ver como su tabla de salvación. Convertidos en impostores, poco a poco irán ingresando al hogar, ganándose su confianza y desplazando a quien pueda interponerse en su objetivo. Entonces, todo comienza. Parásitos habla de las diferencias de clase, claro que sí, y si bien para muchos también es una cachetada al capitalismo salvaje -hay elementos para decirlo- va más allá de eso. ¿Adónde? Intentar responder quién es la víctima y quién el villano, si es que ambos roles pueden separarse tan diáfanamente, tal vez sea una pista. 

  • Kim vs. Park : Postales de un éxito que también aspira a hacer roncha en los Oscar, el mes próximo.

El subtitulado/doblaje permite apreciar un guión muy bien llevado y sortear la primera barrera, la que para algunos puede significar el prejuicio de tener enfrente un idioma y una cultura tan ajenos para los latinos. Y para las sutilezas que una traducción estandar no puede alcanzar, está la magia de la imagen: La cámara lenta que intenta infructuosamente retrasar el desenlace fatal, el brutal gesto de desprecio marcado por el director, logrado por el intérprete y que rompe la pantalla; las postales sórdidas de la pobreza, la escalera de la casa de los Park, entre el cielo y el infierno, todo un símbolo de la película… Todo cuenta. Todo suma.

Parásitos es distinta, claro que sí. No cae en lugares comunes. Sorprende. Despedaza conjeturas. Propone perspectivas. Moviliza. Hace reír y hace doler. Espanta. Conmueve. Parásitos enamora. Quizás porque las miserias humanas -y ahí es donde cala- no tienen clase social. Ni idioma, ni país. Quizás también, porque en un mundo donde todo está inventado, Bong Joon Ho encontró una extraordinaria y personal manera de contarlas.