Carla Pereyra fluye como su música cuando habla de esta pasión que la envolvió siendo muy jovencita y que hoy sigue cultivando curiosa, libre, sin encasillamientos. Una pasión que la llevó a convertirse no sólo en una de las muy pocas mujeres bajistas en el ruedo local, sino además en una artista destacada y versátil, que se realiza y brilla en proyectos paralelos, todos muy diferentes. Hace ocho años acompaña a Mara Díaz, en 2019 la llamaron Los Videla; y con ellos, desde entonces, despunta su veta folclórica. A fines del año pasado formó Somos Nosotros, combo con el que destila un repertorio de rock y temas en inglés. También está con Vitto Gallardo e integra Etnia Latina con colegas de Argentina, Venezuela, Chile y Cuba, que aborda ritmos caribeños. Y esto sin contar sus intervenciones como sesionista y las clases que brinda en un merendero de Rawson. "Es todo un sueño poder vivir de la música y mantener mi familia", atina a decir, apenas culmina el ligero repaso, la artista que antes de todo eso también tuvo una banda de bachata y merengue, otra de tributo al rock en inglés de los ’80 y una de metal sinfónico. Es que para Carla, la música es parte de su vida desde que estaba en la cuna. Y antes también.
"Tengo familia de músicos. Mi papá es bajista, tuvimos la primera banda, de folclore, con él y mis hermanos. Yo tenía 8 años, tocábamos en fiestas patronales, uniones vecinales. Yo había entrado a la Escuela de Música y tocaba el teclado. En mi casa había mucha música y diversa, porque mis papás escuchaban de todo", relató sus orígenes. "Lo del bajo fue primero por admiración a mi papá y porque siempre había un bajo en casa (risas), así que era fácil aprender y me fui quedando en ese camino. A los 13 empecé a tocar con una banda que hacíamos rock nacional, Eternos peregrinos, tributo a Redondos… y nunca más me saqué el bajo", se explayó la hija de Mario Pereyra, bajista de la banda de Giselle Aldeco y uno de los puntales de Legendarios Blues. El referente que la llena de orgullo cuando lo ve en acción, a la vez que se siente orgullosa de que él pueda verla también. "Ese ida y vuelta con mi papá no tiene precio", marcó. Es que a menudo ambos se cruzan en algún festival, pero es en las reuniones familiares donde "Pereyra e hijos" -como se llamaba aquella banda- vuelve a latir como si el tiempo no hubiera pasado.
"Muchos me preguntan cómo hago, porque es complicado llevar una casa, una familia, una carrera; el trajín de las actividades de los chicos y de las mías…".
Esa familia no es sólo el nido donde nació su amor por la música. Es la que alienta sus proyectos, la que está en momentos difíciles -como cuando, en pandemia, Carla comenzó a trabajar haciendo el reparto en la panadería de sus hermanos, para parar la olla en casa- y la que, por ejemplo, le hace el aguante cuando tiene que viajar, cuidándole los chicos.
"Yo soy mamá soltera, tengo dos niñas en primaria y dos muchachos en secundaria… ¡Como para armar una banda! Fui mamá a los 21 años. Muchos me preguntan cómo hago, porque es complicado llevar una casa, una familia, una carrera; el trajín de las actividades de los chicos y de las mías… Por ahí llego a casa y me dicen ‘mamá, tengo que terminar una maqueta para mañana’ (risas). Gracias a Dios me ayudan mis padres, sin ellos no podría. Y ahora que están un poquito más grandes, los chicos también ayudan. ‘¿Mamá, hoy tenés que ensayar?’, preguntan y ellos mismos se organizan. Eso sí, hay que negociar, porque no falta el ‘¿Me trajiste un regalito?’. Yo me pongo en su lugar, esto de tener una mamá que va y viene… pero es como normal para ellos, como nosotros lo vivimos con mi papá… Siempre me han visto hacer lo mismo", contó parte de su vida debajo de las tablas "la mamá rockera", como le dicen con cariño y admiración los amigos de sus hijos mayores. "Si bien la maternidad es un trabajo de tiempo completo y para toda la vida, uno tampoco puede frustrarse y dejar sus sueños de lado. Hay que tratar de buscar un equilibrio", acotó en ese sentido Carla, que guarda en lo más profundo de su corazón una anécdota que, de algún modo, pinta todo ese entramado.
"Hay mucho sacrificio detrás. Recién el año pasado me pude comprar un bajo nuevo por primera vez y esa emoción quería compartirla con mis hijos. Cuando lo llevé a casa y le empezamos a sacar las etiquetas… yo lloraba de emoción y los chicos lloraban de verme, estaban felices de verme feliz… Eso no tiene precio, es maravilloso", relató conmovida. "Por ahí muchos te ven tocando, pero no saben la historia detrás y está bueno que se sepa, porque es una forma de ayudar a otras personas que por ahí dejan de soñar porque es complicado, para que sepan que se puede. Con ayuda, porque uno solo no logra nada, y el primer lugar donde se encuentra eso es en la familia. Las bandas son también una familia, el grupo humano es muy importante", reflexionó la joven, para quien otra motivación muy fuerte es imaginar que su pasión tal vez pueda inspirar a alguien.
"Uno no sabe a quién le puede despertar algo ¿no? si alguna chica se ha sentido inspirada por mí y capaz que el día de mañana se convierta en una gran música… A veces termino de tocar y me dicen ‘¿nos podemos sacar una foto?’ y a mí me da un poco de apuro, la verdad, pero me llena el corazón", confesó la bajista, que algún día quiere grabar un disco con sus propias composiciones y para quien el escenario es su lugar en el mundo.
"Es mi cable a tierra. Es donde se acaban los problemas y las preocupaciones. Es un momento plenamente mío, donde me renuevo. Es donde yo puedo ser lo que me gusta ser. Es desnudar el alma y transmitir lo que siento", definió. "Yo no sé si seré talentosa, pero sí muy apasionada y la música es ese canal por donde puedo hacerle llegar a las personas lo que yo siento mientras toco. Y de verdad amo esa magia", concluyó.