Cumple 102 años en junio. Está lúcida, habla con fluidez, graciosa, es educada y considerada. "Schvartz en alemán significa negro" explica a modo de presentación Sara, quien es la autora de dos óleos que acaba de recibir en donación el Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson. Se sabe poco de ella artísticamente en San Juan porque bastante joven se instaló en Buenos Aires. Allá decidió cambiar su apellido a Suar (sí, igual que Adrián, pero varias décadas antes) como seudónimo artístico. Pintaba, hacía radio, teatro, cantaba, tenía un taller de cerámica y recitaba poesía.
Hasta hace unos años vivía sola en un departamento en la calle Santiago del Estero, pero sus parientes pensaron que sería mejor trasladarla a una residencia de adultos mayores. La charla con DIARIO DE CUYO es vía telefónica, porque por la pandemia las visitas al hogar están reducidas a los familiares más cercanos y por eso es el músico Pablo Grosman (concertino de La Camerata), sobrino nieto de la artista, quien facilita técnicamente la conversación. Sara nunca tuvo hijos, así que algunos sus sobrinos y sobrinos nietos cuidan de ella y solventan sus gastos.
Entre ellos se da una conversación que no tiene desperdicio. "Te cuento que hemos llevado dos obras tuyas al Museo Franklin Rawson, el más importante de San Juan" le explicó Pablo, a lo que Sara respondió: "¿Y te las recibieron?" y se rió fresca, pícara, como quien ya no espera ningún reconocimiento de su talento artístico que, entiende, supo cultivar con empeño.
‘La incorporación de Sara viene a cubrir la cuota de la representación del cupo femenino en la primera mitad del siglo XX, por eso es muy importante para nosotros poder ampliar esa escena local, que se suma a otras artistas que forman parte de la colección que son Myrta Chena, Vicenta Sastre, Jane Volspiansky y Rosa Such’ explicó el director del MPBA, Emanuel Díaz Ruiz en relación a las pinturas donadas que son del año 1943.
Nacida en una familia judía, hija de Mauricio Schvartz y Sofía Luber, creció en lo que hoy es Albardón y ahí tuvieron un almacén que fue creciendo y luego instalaron en el centro.
‘Sara lleva en su sangre el mismo gen artístico que el resto de la familia. Pero fue la única de seis hermanos que osó romper con el rígido mandato familiar, y se dedicó a cultivarlo y a perseguir sus sueños’ comentó a este diario su sobrina, la fonoaudióloga Graciela Schvartz.
Sara recordó cuál fue su formación en arte. Primero estudió en la escuela Santa Rosa de Lima. ‘Una monja alemana me daba clase, ahí trabajábamos con modelos de yeso. No coincidíamos en la religión, pero ella quería que yo siguiera su vocación’, relató sobre aquel aprendizaje que consideró muy valioso. También estudió en el Museo Provincial de Bellas Artes con uno de los hermanos Raffo. ‘Era un excombatiente de la guerra mundial, él y su hermano, unos italianos’, apuntó.
Comenzó a frecuentar el grupo Refugio, que según las notas de la época, organizaba exposiciones. ‘Son pocas las mujeres que pudieron dedicarse al arte por entonces, debidos a los prejuicios sociales y a la falta de oportunidades para acceder a una profesión que parecía ser exclusiva de los varones. Pero poco a poco, nuevas valientes mujeres pintoras fueron emergiendo en la escena cultural, especialmente a partir de 1931, con su presencia en los salones de arte’ explicó la artista plástica Silvina Martinez, investigadora del arte local a través de la Fundación Exedra, que registra como contemporáneas a Sara a Vicenta Sastre, Renee de Huertos, Rosa Polesman, Bibi Zogbé, Andrea Keller Yornet, Bertha Bigás, Pepita Sastre, Myrtha Chena y Ana María Blanco, entre otras.
Lo que Sara recuerda entusiasmada es haber ganado ‘el primer salón juvenil de San Juan’ describiendo en detalle incluso el premio recibido. ‘Me fui laureada a Buenos Aires’, comentó y aunque guarda gratos recuerdos de su vida en la provincia (su mente vuela, recuerda nombres, describe personajes o intrincadas historias de la época), sin embargo, es categórica cuando habla de su vuelta en 1998. ‘Fue un error, debí quedarme en Salguero 869 piso 5to’, comentó. Tras un momento de seriedad, volvió a recordar su cercanía sus estudios de arte "con cuatro franceses de la escuela moderna’, su paso por el estudio de la profesora Nilda Alvarez, sus composiciones con la guitarra, el programa en Radio Nacional donde recitaba poesía y su fábrica de cerámica.
Una vida dedicada al arte que la fue llevando por caminos insospechados, haciendo frente a situaciones complejas, más aún siendo mujer.
¿Creyó Sara, que llegaría a cumplir 100 años? ‘¡Nunca jamás! ¿quién puede pensar que va a vivir esa cantidad enorme, si es una cosa increíble, ya he pasado el siglo. Y llevado con garbo, estar tan fuerte, tener lucidez, saber expresarse todavía y si me pusiera a crear, sé que lo haría muy bien’, respondió esta mujer de roble, que derrocha energía aunque ya se mueva más lento y que ahora, en vida, disfruta de que algo de su obra descansa junto a los grandes de la pintura.
Creó su propia Arca
Sara Schvartz también se dedicó a la cerámica. Y en los años 70 convirtió su taller en una fábrica de vajilla de cerámicá, especialmente jarras para vino, de cuarto, de medio y de litro. Muchos bodegones de la época servían así el vino de la casa. "Los mayoristas compraban mi producción", recordó sobre esa pieza estrella de su creación (foto) que aún subsiste en algunas casas. También inscribió la marca, Arca le puso. "Por orden del dictador Onganía tuve que registrarme, asi que tengo marca" conto. "Algunos después se robaban moldes y listo, hacían tazas, sin inscripción de nada", reclamó.