Un caballero. Así se lo recordará sin dudas a Elías Pósleman en todas las facetas en las que supo destacarse y ganar afectos: ingeniero, docente secundario y universitario y artista. Señor de los que hacen honores al título, su partida el martes pasado víctima del Covid-19, causó profunda tristeza entre quienes lo trataron. El querido "profe" que dejó huella por sus enseñanzas y su calidad humana, que fue nombrado Ciudadano Ilustre de la Capital y recibió el Santa Clara de Asís -entre otros merecidos reconocimientos-, dedicó buena parte de su vida a las letras: fue un prolífico escritor y socio por décadas de SADE, donde llegó a ser una de sus plumas más longevas. Pero sus últimos años estuvieron especialmente vinculados a las artes plásticas, que lo acompañaron hasta bien entradas sus fecundas nueve décadas de vida.
En eso andaba, justamente, durante la última charla que mantuvo con DIARIO DE CUYO. Fue en mayo de 2019, cuando con su especial amabilidad abrió las puertas de su casa, prolija y luminosa como él, donde disfrutaba del amor y el cuidado de sus hijos y nietos, aunque faltaba ella, su "pichona". Así llamaba a Elba Oro, con quien formó una familia que lo enorgullecía, quien se marchó antes muy a pesar suyo y a quien se refirió una y otra vez con inmensa ternura; la misma que despertaban cuando se los veía caminar por la calle, tomados de la mano, como eternos novios. Como buen anfitrión y aunque las piernas no le respondían ya tan bien como quería, recibió a este medio de pie al final de la escalera y hasta ofició de guía en el recorrido de obras y proyectos. Su corpulenta contextura física, que conservaba a pesar de los años, contrastaba con su susurro calmo, su mirada dulce y su cálida sonrisa. La entrevista tuvo como puntapié la muestra Tríos, que recién desmontada del Centro Cívico pasaba a la Legislatura provincial, mientras su Vía Crucis se exhibía en Santa Lucía e -inquieto- preparaba una nueva producción.
Lúcido y memorioso, recorrió distintas etapas de su vida desde la niñez, en un viaje colmado de recuerdos que empañaron sus ojos más de una vez; y que en algunos tramos también abordó con gran sentido del humor.
Chiche, Pichón, Nino, como lo llamaban sus afectos, abrazó la lectura y el dibujo desde pequeño. "¡Decían que mi casa era la sucursal de la biblioteca Franklin!", rememoró el autor de una veintena de libros, que se acongojó un poco cuando explicó que dejó de escribir a poco de fallecida su gran compañera, en agosto de 2015. Entonces se volcó más al dibujo y al collage. Las paredes de la casa daban testimonio, con cuadros de pequeño, mediano y gran formato, la mayoría en blanco, negro y gris. ¿Por qué? Elías era daltónico y, no sin picardía, contó que "adivinaba" los colores del semáforo por la posición de las luces y que les jugaba bromas a sus nietos.
Fue en la escuela Normal Sarmiento -en la que, dato al margen, fue elegido mejor compañero por unanimidad- donde ejercitó su pulso al exigente ritmo de Escritura y Dibujo, asignatura en la que tuvo de profesora nada menos que a la famosa pintora Daría Echagüe de Santibañez.
"Yo he aprendido en la escuela y después en la facultad tuve dibujo técnico. Por ahí quise hacer un taller, pero fui a una clase y me volví a casa, no hay caso", confesó el ingeniero, a quien su madre Sara -libanesa como su marido Emilio, llegados al país en 1910 y que quedó viuda cuando Elías tenía apenas 6 años- alentaba siempre a dibujar: "Dele, dele", lo arengaba; un estímulo que engarzó en el "No rompa, después le va a servir", que le decía amorosamente su "Pichona" cuando a él no le convencía algo que había creado; y que devino en el cariñoso "Papá, tienes que seguir con esto" que le repetían sus hijos. Y es que el arte, como expresó en aquella entrevista, fue su motor y su puntal. "El arte me da felicidad, o es parte de la felicidad, que es como algo inconmensurable", definió Elías, que sigue latiendo a través de su obra.