Como todos los años, la Fiesta de la Tradición resulta ser el evento más importante, en el que artistas, técnicos y operarios de logística, actores, intérpretes y el propio público, asisten religiosamente cada año para celebrar la idea del reencuentro folklórico; el poder disfrutar de una suculenta cena con amigos y familiares; y contemplar espectáculos artísticos sobre el escenario del anfiteatro natural Buenaventura Luna. Grande es la movilización de equipos, insumos, transportes y personas hacia el espacio insertado entre cerros. Sin contar además, el despliegue de cientos de animales y jinetes necesarios para realizar la representación escénica de El Fogón de Los Arrieros, en la noche más importante de la fiesta.
Para poner en marcha esta fiesta se requiere del trabajo de un gran número de personas involucradas. Todo comienza desde tempranas horas de la siesta. La labor es sacrificada. Para instalarse y abrir la cocina de los ranchos – en el que trabajan más de 40 personas, se precisa poner a punto a partir de las 4 de la tarde.
Preparar los 2 mil tablones y mesas, con sus respectivas 6 mil sillas en las gradas; limpiar y acondicionar los baños, el armado de las estructuras del escenario, probar sonido y luces, como así también el tendido de carpas y más de 700 metros de vallas de acero, demandan casi 6 horas de preparación antes del comienzo de los espectáculos. Sin embargo, algunas familias se instalan desde las 20 eligiendo un cómodo lugar o una mejor vista panorámica posicionándose en los cerros.
Aunque ocurrió en otras ediciones anteriores, la opción ‘a la canasta’ de los grupos familiares fue utilizada con más frecuencia y fue la que predominó, frente a la manera de pedir el menú en los ranchos. Se hizo más notorio y habitual ver al público con más de dos conservadoras de comida y bebida. Esta elección ayudó a compensar el costo del alquiler de la mesa para toda la noche, que rondaba entre los 130 pesos a 280 según el número de integrantes que la ocupara.
Mientras tanto, en bambalinas, los artistas hacían revista y calentamiento con muchas horas de anticipación en los camarines. La sesión de maquillaje y vestuario era el primer paso, luego, la hora de preparación física para distenderse y relajarse. Después, un repaso final por las líneas y rutinas que le tocaba a cada grupo, ya sea coreo o interpretación. También los músicos preparaban los instrumentos con su necesaria afinación.
El cruce entre guitarristas, bailarines y cantantes, con figuras nacionales tuvo su punto neurálgico en un comedor especial montado detrás del escenario. Allí, las generaciones jóvenes con las conocidas caras del circuito folklórico, (como los Coplanacu junto a Los Labriegos y el Dúo Páez-Brizuela, con Panchito Godoy y Claudia Pirán y Nicolás Pérez en algunas mesas), compartieron unas copas de vino, empanadas, charlas, anécdotas e improvisaciones con la guitarra.
A la hora programada, el conductor de la fiesta, el locutor Mario Echegaray, recita el preludio y los fuegos artificiales ponen la marca en el cielo para abrir el show que, en cada noche, se extendía hasta las 6 de la madrugada. Y así, el ciclo de la tradición se repetirá una vez más, hasta la próxima edición de la fiesta.
Probando la corona
Marisa Núñez, la madre de Flavia Domínguez, paisana electa de la tradición 2016, contempla frente al espejo a su hija luciendo la flamante corona. Con admiración en sus ojos, la mamá cuida todos los detalles para que Flavia salga lo más bella y radiante posible. Pero esta misión, fue parte responsable también su peluquero Roberto de los Santos y las maquilladoras Marcela Núñez, Giselle Cortez, Marianela Paredes y Pia Giménez. "Con Flavia nos ponemos de acuerdo para elegir el peinado más conveniente. Tiene un pelo lacio, con mucha caída y ella pide conservar volumen. En todas las presentaciones, queremos mostrar sencillez con una base de peinado para diferentes momentos. Nunca quiere mostrarse ostentosa. Es muy fácil de trabajar con ella y siempre está predispuesta a todo", contó el estilista De Los Santos.
El Restaurador
Segundo Luján, diseñó y presentó una réplica de un molino de agua característico de Jáchal. Fue la novedad y la atracción más pintoresca de la fiesta. Turistas y ancianos de la región miraron con nostalgia y asombro el movimiento de este artefacto que remonta a los años del siglo XIX. Su pasión por los molinos lo llevó estudiar e investigar durante 13 años y es parte de un grupo de restauradores de molinos de Huaco y Mogna. "Está basado en un sistema de riego antiguo que data de los Capayanes. Se devuelve el agua que se utiliza al cauce natural del río. Soy un enamorado de los molinos. Es increíble ver a la gente cómo se contagia de esa magia que transmiten", dijo el autodidacta jachallero.
Richard Leal
Es un empresario jachallero con una larga tradición en el montaje de fuegos artificiales para la fiesta desde 1956. Pero incorporó otros rubros con el tiempo y ahora abastece gran parte de la infraestructura necesaria para los espectáculos. Desde la instalación de la pirotecnia, hasta el armado de carpas, ranchos, mobiliario de gastronomía, baños químicas y mercadería para la enorme demanda de comida durante las tres noches fuertes que tiene la Fiesta de la Tradición en el anfiteatro. Además, en su rancho n*1 como en otros tres stands más, incorporó la práctica del chivo, el lechón y la punta de espalda a la llama. Un clásico de cada edición.
Calentamiento físico.Los ballets deben relajar y estirar músculos antes de la actuación, para evitar eventuales lesiones. Además, practican cada movimiento y rutina repetidas veces para no cometer ningún error involuntario durante la puesta coreográfica. Eso sí, un día antes de cada función, la cábala es cenar un rico asado.
La imagen lo es todo : Los artistas van arreglando detalles como el peinado, el maquillaje y el vestuario adecuado. Cada traje tiene telas, colores y diseños propios de cada región y país, con su correspondiente vínculo con el ritmo de baile requerido.
La punta de espalda, es un clásico en la fiesta, por noche se consumen más de 20 kg de carne por jornada. El secreto está en la paciencia y un fuego constante de entre 5 a 6 horas. En parrilla convencional mucho menos. Pero el sabor y el olorcito resulta tentador al olfato de todos los asistentes.
Una cantidad de más de mil empanadas de diferentes sabores (carne, pollo, jamón y queso) son necesarios para las tres noches de la fiesta y brindarles a los artistas para degustar, junto a fruta y mucha bebida: agua natural, agua saborizada, gaseosa, vino o espumante.
Panchito Godoy, los Páez-Brizuela y otros músicos del ruedo folklórico, improvisan en banda algunas tonadas y cogollos antes de salir a la acción. Comparten la mesa de manera distentida y relajada con charlas, bromas y si se da la oportunidad, algún brindis para desear que el espectáculo salga bien.
En el rancho de Javier Rojas, por jornada se fríen entre 1200 y 2000 pastelitos fritos. Es el plato más tradicional en la región. Toda una familia, con vecinos y amigos amasan toda la noche para cubrir la alta demanda. Se utilizan 4kg de grasa con 4 litros de aceite para freír a leña con temperaturas que alcanzan los 80 grados.