Hace muchos años que a San Juan no llegaba una obra del teatro de revista. Y mucho menos con las características de Bravísima, la fuerte apuesta de Carmen Barbieri que el jueves pasado arribó a la provincia de la mano de Fundación Protea y que deleitó al público con su gran despliegue de glamour, vestuario y utilería, todo un sello de este género teatral. Sin embargo, debajo de las tablas, allí donde los aplausos apenas se sienten y el ojo del espectador no llega, hay otro mundo tan atrapante y curioso como ese. A horas del debut de la revista, DIARIO DE CUYO recorrió los camarines del Teatro Sarmiento, colmados de plumas, brillos, zapatos… y por supuesto los famosos concheros. Como era de esperar, para Carmen Barbieri se destinó el camarín más grande, bien iluminado, donde Sara -la vestuarista a cargo- ya había dispuesto los maquillajes, accesorios y trajes que usaría la diva a lo largo de la obra, con 8 cambios de vestuario. Pero también estaban sobre la mesa varias estampitas con distintas advocaciones de la Virgen María y hasta algunas imágenes pequeñas de santos.
En los otros camarines -flanqueados por los canastos de mimbre y las valijas donde se traslada todo el ropaje- se acomodaron el resto de las figuras, como Mónica Farro, que llegó temprano para conocer el escenario. Altiva, sin mucho maquillaje aún, inspeccionó la escalera por donde debía descender. Pero el mimado de la vestuarista era Matías Alé. "Es re-sencillo, así como se lo ve en televisión’, contó la mujer, que llega un día antes y previo a cada función plancha todas las prendas que usan los artistas, y que después colgará en distintos percheros, junto a las plumas, las decenas de pelucas, los casquetes cubiertos de strass y los cerca de 500 pares de zapatos que usarán los actores, bailarinas y figuras de esta mega-producción. Todo debe estar perfectamente ordenado, ya que la disposición del vestuario y el fácil acceso es fundamental para la fluidez de la obra. De hecho muchos de los cambios incluso son entre bambalinas, sobre el escenario.
Rodeados de tanto glamour y espectacularidad, es posible entender las veleidades en el mundo de la revista porteña. Treinta minutos antes de la función llegaron las estrellas y ahí mismo se terminaron los flashes. Los camarines del Sarmiento se convirtieron en una cripta privada, donde pasan cosas que nunca deberán salir publicadas… aún cuando las conversaciones se filtren en algún programa de chimentos.

