Una convocatoria abierta para jóvenes llamada "Graffiteros al museo" generó un impulso colectivo poco habitual en las vacaciones de invierno. Gracias al profesor Iván Manrique, motor de la propuesta, logró reunir alrededor de 20 adolescentes quienes estuvieron acompañados por algunos padres durante tres intensas y fructíferas jornadas. Con el único resquicio de calor en las siestas, bajo la luz del sol, los graffiteros se arremangaron y con barbijo puesto, soltaron su imaginación a volar. El graffiti y el muralismo urbano siempre crean momentos de participación. Mate, tortitas o gaseosa para compartir y la buena onda, conectaban a todos en la creación. El espacio ideal para trabajar en el taller fue en la entrada del Museo de Bellas Artes Franklin Rawson.
Allí, los chicos tuvieron mucho papel en soportes de madera para pintar lo que quisieron. El graffiti siempre dice algo y en la experiencia se pudo notar la fuerte presencia de manifestar la propia identidad. En este sentido, a partir de bocetos previos, los graffiteros jugaron con tipografías, nombres, formas, colores y objetos, con total libertad y de acuerdo a sus gustos. En la fase final del taller, la obra colectiva quedó expuesta a la vista de todos y sacaron fotos para compartirlas por Facebook.
Licencia para pintar
Jóvenes que se expresan con el aerosol tuvieron su espacio ideal durante las vacaciones.

