Prefería el silencio, al agite de palmas. La intimidad, a las multitudes. La paz del campo, al ruido de la ciudad. La simpleza, a las cosas rebuscadas. La sinceridad, a los rodeos y la obsecuencia. Las raíces, a las modas. Honesto, bravo, firme; y al mismo tiempo con una calidez, un humor y una ternura entrañables. Así era Saúl Quiroga, el "poeta vallisto" -como se lo recordará, más allá de haber nacido en Buenos Aires- cuya voz se apagó el viernes por la noche, dejando como máximo legado su profundo amor y respeto a la tierra y las tradiciones, que tradujo en cuecas, valses, tonadas y gatos; pero también en su prolífica hoja de vida.

Padecía una afección pulmonar severa que -aunque controlada- poco a poco fue apagándolo, hasta obligar una nueva internación el jueves por la noche. Por eso el adiós -aunque siempre difícil- no fue una sorpresa para sus íntimos, sobre todo para Natalia, Facundo y Saúl, los hijos del primer matrimonio. De todos modos, no son pocos los que sienten que además lo afectó la pérdida de Elena Morandi, su compañera durante más de 30 años, que falleció en octubre de 2010, hecho que no pudo superar. Con ella estará ahora, "en el cielo de los poetas", como dice su hija; donde compartirá algún fogón con su ladero "El Bebe" Flores; y por qué no con ese Buenaventura Luna que admiró desde chico y al que -cuando veía en aquellas viejas audiciones de Radio Colón- ni siquiera se atrevía a saludar de la admiración.

Es que a Saúl lo sedujo el folclore desde pequeño. ¿Sería que lo marcó su fecha de nacimiento, un 10 de noviembre, Día de la Tradición? Quién sabe. Lo que sí recordaba él es que era apenas un niño cuando se emocionaba con Andrés Chazarreta, Hilario Cuadros, Atahualpa Yupanqui y Don Buena, claro. También influyó su madre, que celebraba guitarreadas criollas en la casona de Usno, esa que perteneció a su padre, donde pasó vacaciones inolvidables (al punto de llorar cada vez que tenían que volver a Buenos Aires) y que en cuanto pudo, eligió como su lugar en el mundo. Allí aprendió los oficios camperos, pero también la verdadera sonoridad de la guitarra, con los peones y lugareños. Y donde el paisaje comenzó a subyugarlo hasta convertirse en su musa, junto a otras cosas simples de la vida, a las que él hacía especiales.

"En mi caso operan como motor las tristezas que ocasionan la pérdida de los sentimientos amorosos, el encuentro del amor y el paisaje, que si uno lo mira llena de inspiración: una flor al costado de un río puede generar mil sensaciones", decía el autor de la famosa cueca Corazón, ritmo con el que se lo identifica, aunque amó la tonada tradicional y hasta incursionó en tangos, boleros y guarañas. "Siempre compuse, pero eran cosas que con el tiempo descartaba. Lo que vale la pena empezó a mis 30 años", solía decir con su habitual franqueza Don Saúl, que lamentaba menos la muerte que el olvido.

"Me gustaría que la gente se acuerde de mi obra, que los cantores la canten, que por ahí en alguna serenata se escuche un vals, una tonada mía… que en una fiesta se baile con mucho entusiasmo una cueca, aunque yo ya no esté. Quisiera que me recuerden así como soy, tranquilo y también alegre, porque aunque no parezca yo tengo mucho humor", dijo alguna vez, en una de sus charlas con DIARIO DE CUYO. Así será, seguramente.