Aquellos años del Instituto Superior de Artes (ISA) fueron bisagra para la cultura de San Juan. Fue un gran laboratorio que cobijó a hacedores y maestros de distintas ramas, que alumbraron las más ricas alquimias artísticas. Entre otras tantas cosas, el ISA fue la cuna de la danza moderna local, de la mano de un grupo que logró posicionarse en la escena regional: Violeta Pérez Lobos y Juan Carlos Abraham -que formarían después su Estudio Coreográfico Argentino (ECA)- y Evangelina Burgalat Abarca. Aquellos jóvenes -recién egresados del instituto de Nebita Alladio- fueron los que decidieron cultivar esta corriente; y a ellos se sumó otro comprovinciano, mayor que ellos, que había estado en el exterior. Arnaldo Teodoro Peña, que se incorporó al ISA como profesor, coreógrafo y director del "cuerpo experimental de baile" del Departamento de Danzas, encontró en el trío terreno fértil para sus experimentaciones; y para el trío, fue el puente hacia lo que buscaba. Los mosqueteros de la danza moderna sanjuanina, podrían llamar a estos precursores, que pasaban largas horas enseñando y elucubrando las performances con las que sorprenderían desde las tablas. Eran épocas de grandes sueños y trabajo a pulmón. Y de camaradería, de todos para uno y uno para todos, en lo artístico y en lo humano. "Eramos excelentes compañeros y amigos, como hermanos. Compartimos mucho estudio, trabajo…". Así lo recuerda Evangelina, la única sobreviviente del cuarteto, a quien la vida parece haberle dado la misión de preservar esos recuerdos.
Evangelina Burgalat -hija de Enrique Burgalat, uno de los pioneros del periodismo, que también trabajó en este medio- se radicó en Mendoza en 1978, por asuntos laborales de su esposo, el también excoreuta Julio Peñaloza. Juntos estuvieron en el homenaje a sus amigos que tuvo lugar el pasado fin de semana en el Teatro Sarmiento, "La danza es una sola". "Muy emotivo", confesó. Si bien se separó de "los chicos" cuando tenía unos 28 años, los unía un profundo cariño y nunca perdieron el contacto. Muchas veces Juan Carlos y Violeta la invitaron a sumarse al ECA, que solía visitar de vez en cuando, pero había armado su vida en Mendoza, donde se dedicó a su familia, a su escuela de danzas (que una de sus hijas continuó durante un tiempo) y a su prfesión (estudió educación especial y tenía un gabinete psicopedagógico).
"Nací en San Juan en noviembre de 1941. Por el terremoto del 44 nos quedamos en Mendoza hasta que tuve 9 años y volvimos. Cuando Nebita abrió su escuela, empecé a estudiar con ella, muy buena maestra. Ahí conocí a Juan Carlos y a Violeta. Tuvimos la suerte que nuestros padres estaban relacionados con el arte y la cultura y nos apoyaron mucho", relató a DIARIO DE CUYO. "Hicimos todo el camino con Nebita y después nos fuimos al ISA, hermoso mientras duró, porque había conexión con todas las artes, aprendíamos de todo. Bueno, trabajamos varias veces con Oscar Kümmel, que tomaba clase con nosotros. Fuimos precursores, sí", rememora con un dejo de añoranza. "A los 22 años me casé, tuve a mi primer hijo y seguíamos siendo compañeros. Después se incorporó Arnaldo, que venía de Buenos Aires con todo un bagaje de danza moderna que era la tendencia. Violeta fue la que más aprovechó, porque era ideal para eso. Cada uno tenía su estilo, nadie competía", cuenta Evangelina, a quien Violeta llamaba "la clásica perfecta". "Y yo le decía que era la (Martha) Graham perfecta", sonríe. "Todo lo que yo no podía hacer, lo hacía ella; y al revés", explicó. Juan Carlos era bueno en todo, pero la danza moderna lo apasionaba "y desarrolló esa carrera de coreógrafo, intuitivo, autodidacta, maravilloso… En verdad él y Arnaldo eran los más audaces, porque hombres bailando en esa época, acá, era algo muy raro; pero si venía alguna crítica siempre nos defendíamos entre nosotros. ¡Éramos uno solo!", sostuvo.
Chiappini, Chantal Dupont, María Inés Laspiur, María Ester Maffezzini, Omar Sarfia, Erika Bachman, Ricardo Hennse, Inge Kümmel, Amalia Rodrigo, Helena Alba, Teresa Aguilar y Margarita Simari, entre otros, se fueron plegando a este grupo que utilizó para sus coreos desde temas folclóricos hasta electrónicos ("Mecánica", en el ’64, fue el primer ballet con música electrónica en San Juan), pasando por la música clásica y hasta el mismo silencio.
Dice Evangelina que cuando se radicó en Mendoza, "ellos ya eran Juan Carlos y Violeta. Se perfilaba que iban a dejar una huella muy profunda", narró con admiración y ternura la mujer, que sigue bailando en casa. "Recuerdo… bailo… muy suave, porque ya no me puedo arriesgar. Bailo con mi nieta de 7 años, que me imita (ríe)… A la danza nunca la dejé" afirmó la "guardiana".
"Esa noche del homenaje me pasó toda nuestra vida como un flash, los cuatro, las risas, la pasión… pasábamos 4 o 5 horas por día experimentando, descubriendo. Veíamos todas las películas de danza que llegaban, porque no había otra cosa, y nos juntábamos y empezábamos a probar cosas nuevas… era pura creatividad y muchas veces remando contra la corriente. No le escatimábamos tiempo, ninguno. Nuestro objetivo era el trabajo día a día, nadie pensaba en la trascendencia; perseguíamos el hacer, el dar lo que hacíamos con tanto amor" se explayó Evangelina. "Fue una etapa especial de mi vida, a tal punto, que esa noche (del tributo) mi esposo me dijo ‘Estaba pensando que te saqué de acá y te perdiste todo el tiempo que trabajaron juntos Juan Carlos y Violeta, lo siento mucho’. Fue muy fuerte, sí. Por supuesto que dejé muchas cosas y lo sentí, pero había que adaptarse y seguir. ¿Si me arrepiento? No, no; es la vida", continuó la mujer, que sí lamentó profundamente las partidas de sus amigos. "La muerte de Juan Carlos me entristeció mucho, era tan joven, tenía mucho para dar todavía. Con Violeta estuve unos meses antes, la recuerdo sonriente… Fue una gran pérdida para San Juan", valoró Evangelina, quien conserva aún frescos aquellos capítulos de la historia de la danza de San Juan.